lunes, 2 de agosto de 2010

Mensajero Universal - “Mexclo”

M E X C L O: UN LLAMADO AL CORAZON

“MENSAJERO UNIVERSAL”

CONGREGACION DE LOS: + 144.000

clip_image001AÑO 1979 - Rosario de Santa Fe, República Argentina

           
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M E N S A J E - Hermanos del mundo

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M E X C L O: UN LLAMADO AL CORAZON

“MENSAJERO UNIVERSAL”

CONGREGACION DE LOS: + 144.000

AÑO 1979 Rosario de Santa Fe, República Argentina

M E N S A J E- Hermanos del mundo

Este material es para aquellas personas, que acepten el desafío de enviar al mundo; a MEXCLO. Sea cual fuere el medio que utilicen para divulgarlo. Con la única y exclusiva finalidad de hacer algo positivo por esta caótica humanidad. Crear todo tipo de cadenas y enlaces.

Este texto trata la llegada al planeta tierra, de un ser que tiene tres colores en la piel: blanco, negro, amarillo. Recibido por un hombre unidad llamado Miguel Brandoni, año 1979 Rosario, Argentina.

El motivo  por el cual se envía a Mexclo, es que se debe transmitir este mensaje a toda la humanidad, ya que es de suma importancia para la vida del planeta tierra. En el año 1979 fue transmitido este mensaje de MEXCLO, y se instruyó sobre la importancia de unir a las razas.

Como verán, tiene gran similitud con las Tablas Sagradas de los indios hopi de Norteamérica; (ver información por internet) MEXCLO es el hermano del este que esperan los hopi de Nteamérica.

“MEXCLO, es una entidad verdadera, y envía su mensaje a la humanidad, fue diseñado como un personaje de ficción; con características de novela, para ser presentado ante la sociedad. Mas su principal objetivo es promocionar la unidad de razas”

La finalidad primordial de este proyecto es que Mexclo; se expanda a editoriales, productoras cinematográficas, radio, televisión, diarios y revistas de todo el mundo.  Recurrir a todos los medios posibles y a personas que puedan interesarse en este proyecto.

Internet es una buena herramienta. También contactarse con los indios hopi, sus jefes, su gente, ellos ya conocen la ley que está en las Tablas Sagradas, y de su hermano del este.

   De esta manera se generará la concentración de personas en todo el mundo, de distintas ideologías y culturas, y se buscará el punto de unión entre las razas, en la propia conciencia.

  El planeta esta en juego, el futuro de nuestros niños, Mexclo es el Guía, es la voz que clama, paz y amor, él es un niño también. Como lo son también los que son puros de corazón, los que aman a la naturaleza, y la vida sobre la tierra.

Ayudar a sus semejantes; y cubrir las necesidades humanas, a través de la unidad de razas.

El dinero es un medio alternativo en determinados aspectos para realizar esta tarea de humanización, pero no lo primordial, más importante es el amor, lo que uno da sin pedir nada a cambio.

Ojalá no pase mucho tiempo, para que comprendan el significado de la entidad Mexclo, del objetivo real.

Su procedencia surge de profecías milenarias, nacida de las raíces mas profundas del pensamiento Universal.

“Hace miles de años atrás, había una guerra en el cosmos entre planetas.

Los sabios se reunieron tratando de encontrar alguna solución e implantaron en la tierra, genes de distintos mundos: seres, plantas y animales, fueron traídos para tal experimento. El resultado final esperado sería; la unificación de los seres traídos al planeta tierra y vueltos a llevar a sus mundos originales, para lograr la unificación del Universo.

El plan continuaba a través de los siglos. Muchas civilizaciones fracasaron y tuvieron que ser destruidas, y otras comenzaron con nuevos implantes y combinaciones”

“Las guerras seguían entre los seres de la tierra. Fueron instruidas distintas civilizaciones para lograr la unidad Universal. Egipcios, Mayas, Aztecas, Incas, Hopi de Norteamérica, Comechingones de Argentina, y otras mÁs. La relación que existía y unía a éstas culturas; era el sol, la cruz y la serpiente. Y el rito llevado a cabo y que actualmente algunas de ellas; sigue vigente; es el llamado del hermano del este; él que traería la paz y la unidad en la tierra”

Los indios hopi de Norteamérica, están esperando al hermano del este. Mientras tanto ellos preservan su tierra, en el estado natural y costumbres milenarias. Son los hermanos del oeste.

Mexclo, nace en 1979, ser que tiene tres colores en la piel, blanco, negro amarillo; representando a las razas. Vino al planeta tierra a traer la unidad de razas. Es un mensajero de la recapacitación y restauración de la idea original y llevada a cabo, por La Confederación Intergaláctica. MEXCLO; el conocimiento, fue transmitido a un hombre unidad; de la tierra, y éste lo manifestó, ignorando la existencia, de los indios hopi y sus Tablas Sagradas.  A tal efecto, sólo fue un canal de tal interpretación cósmica. Ya que fue concebido hace miles de años atrás por la Confederación Intergaláctica.

Los indios hopi, como tales otros, lo sabían, y aunque los ritos de ellos eran secretos, el hombre unidad recibió los conocimientos necesarios para crear a este ser MEXCLO, un ente espiritual de gran fuerza, poseedor de un Alma Universal, con capacidad de introducirse en la conciencia colectiva; es más, actuando, en el alma del niño; que todos llevan dentro.

Partiendo de un plan ya preestablecido en el cosmos.  La segunda venida del Cristo; es el Juez propio de la consciencia, y sólo se salvarán, los que conserven el alma de un niño.

Para explicar con mas detalles: “El alma humana, tiene la forma de un reloj de arena, parte de la altura de la base del cuello, hasta la altura del bajo vientre. A su vez el alma, gira y vibra, y posee tres campos energéticos unidos por retenes; un campo eléctrico, un campo magnético y un campo gravitacional, los que se verán gradualmente aumentados por la aproximación del cinturón fotónico, uno de los retenes que sostiene dos galaxias; que a su vez gira y vibra a gran velocidad; y el alma que está en sintonía con estas energías se vería afectada por ese caudal enorme de fuerzas, corriendo grave riesgo de enfermar y desintegrarse, si estuviera dividida el alma. Los hermanos del cosmos lo saben.

La debilidad humana: egoísmo, ambición, odio u otras formas de expresión; fomentadas en exceso, serían suficiente causa para que la parte fina de la cintura del alma, o sea la parte media de la forma de embudo ( del ejemplo del reloj de arena), se separe, y divida en dos partes y se anule el alma humana, produciendo, distintas enfermedades que conducirían a la muerte.

Por eso la importancia de recuperar al niño que todos llevan dentro. De recuperar el alma; y así regresar a las fuentes naturales, la que siguen conservando los hopi, que trae MEXCLO.

Por eso hermanos, MEXCLO debe ser traducido en todas las lenguas y transmitido por todos los medios existentes.

“MEXCLO ES UNA HISTORIA VIVA Y ESTÁ EN ACCIÓN,

DEPENDE DE USTEDES EL RESTO”

“MEXCLO, NO ES NINGUNA RELIGIÓN, NI LA CREACIÓN DE UNA NUEVA, NI PERTENECE A LA EXCLUSIVIDAD DE UNA RELIGIÓN. PERTENECE A TODOS”

“CADA SER HUMANO TIENE SU CULTURA, SUS CREENCIAS, SU RELIGIÓN PREESTABLECIDA” Y DEBE SER RESPETADA”

“MEXCLO ES SOLO UN MENSAJERO DE PAZ Y UNIDAD”

  MEXCLO, es parte ya de la vida. Es algo que nació en el corazón y alma.

. Después de 20 años, se logró editar 500 libros, y con grandes esfuerzos, fueron distribuidos en bibliotecas y centros culturales del país Argentina.

Hace poco se lanzó el Proyecto MEXCLO, por internet, esperando alguna respuesta.

MEXCLO, vive, y tenemos esperanzas que la humanidad lo hará vivir en su Corazón.

Los mensajes dados a hombres unidad: Egipcios, Mayas Aztecas, Incas, Hopis de Norteamérica y Comechingones de Argentina. Manifiestan el contacto que tenían con seres de otras dimensiones y tienen actualmente, los indios hopi. Que hablan de entidades benefactoras, y que esperan su regreso. Vital proceso en el pasado para un futuro preparado; hoy presente de estas entidades; Mexclo; es una de ellas.

La mitología hopi dice: "La mujer araña tenía dos nietos que eran hermanos. Uno se fue al oeste, y el otro al este. El hermano del oeste, era el encargado de preservar la tierra y sus costumbres naturales, hasta la llegada del hermano del este, los hermanos del oeste, son los indios hopi, que están esperando al hermano del este, que será el encargado de decirle a la humanidad, que todos somos hermanos, que deben unirse.

El hermano del este tiene dos ayudantes, una es mujer y tiene una cruz svástica, el otro es hombre y lleva un sol. Si fracasa la misión, y no es escuchado por la humanidad. Comenzaría una guerra nuclear, que empezará en la india; país que recibió la primera sabiduría espiritual, abarcando además; África, Palestina, china, Egipto; y en la cual intervendría Estados Unidos, y sería destruido. Y solamente la reserva de los hopi se salvaría"  Amén

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clip_image008

clip_image009Qöchongyoma se sentó junto a Mynongva y nada se le ocurrió decirle de la tabla que había

llevado consigo para su última ceremonia.

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Kachina Saquasohuh – balbuceó sólo para sus labios mientras miraba la estrella azul del crepús sculo. Luego, se volvió a su hijo y ambos se sentaron sobre la dulce ondulación de la colina que los tallaba en su cresta, como una ofrenda a Wakan Tanka, Mynongva recibió la tabla del patriarca, pero no se atrevió a interrogarlo. Su padre moría en ese instante, estaba entregando los retazos de su espíritu y nada le pareció más justo y oportuno que silenciar su dolor y acallar cualquier pregunta.

Si la tabla provenía de Pala Tmaki, era uno más (o quizá el más importante) de los misterios que morirían con Qöchongyoma. El anciano sólo pudo curvar sus dedos sobre la tabla y rozándola en un lugar preciso volvió a decir – “Estrella Azul”

Nunca había sido un hombre de grandes discursos ni de precisas referencias a los orígenes del clan Patki entre los Hopi, por lo que quienes lo habían seguido, se refugiaron en el mismo hermetismo como muestra de absoluta sumisión y para delegar en el silencio lo que más duele de la memoria.

Aun así, todos sabían que padre e hijo habían subido a la colina para que Wakan Tanka recibiera al más viejo en el momento de entregar su vida y la tabla.

Todos igualmente aguardaban - sin lágrimas y sin palabras- ver que la hermosa talla de Mynongva se curvara de dolor ante el exánime cuerpecito de su padre.

El último viento del crepúsculo, sin demasiado esfuerzo, se llevó el alma de Qöchongma y con ella su origen sumergido en el misterio de lo que se oculta deliberadamente.

Las luces se quebraron en el horizonte y sin mirar a su padre, el joven indio comprendió que acababa de morir, por eso levantó ese sagrario de huesos roídos por los años y la sabiduría y exclamó el nombre del Creador: Wakan Tanka.

Con el sol se había ido y con Kachina Saquasohuh (la estrella Azul) se quedaba para siempre. La tabla aguardaba a sus pies para comenzar a trepar por su espíritu hasta hacer de él un hombre sabio y sagrado entre los Hopi de Oraibi. Era el último año de lo que en Oriente se llamó siglo catorce. Cuando cruzamos el límite de la reserva Hopi, alcancé a leer desde el auto

“Esta entrando en la reserva Hopi. Su entrada implica que se encuentra bajo la jurisdicción de la tribu Hopi y de sus tribunales” . Un territorio de aproximadamente 10.000 Km2 comprendido parcialmente en los estados de Arizona, Nuevo México, Colorado y Utah, nos recibía con esas palabras que, sin ser descorteses, nos imponían una prudencia que pocas veces tenemos en cuenta los blancos respecto de culturas no occidentales u oficialmente reputadas como civilizaciones.

No conseguimos una sola mirada de los indígenas; con fastidio comprobé que cuando más pronunciaba mi insistencia en sus ojos, estos ya habían hallado cualquier otra dirección que no fuera el encuentro.

Traté de respirar profundamente para llenar mis pulmones de aire y misterio al mismo tiempo; también de coraje, porque en esos rostros tallados sobre piedra oscura y rugosa, presentía tanta molestia como interés había en mi- en nosotros- en comunicarse.

Eran los últimos días de marzo de 1997 y las últimas horas de luz de ese día, por eso cuando detuve el auto miré hacia el cielo tratando de ver la Estrella Azul, pero me avergoncé en el mismo momento de mi osadía, aún más, de mi ignorancia. Yo sólo sabía lo que había podido leer en algunas revistas especializadas y temía otras referencias personales que estaban sólo en condiciones de ser sometidas a verificaciones.

Entre ellos y yo, aún dentro de su territorio, se abría un océano de seis siglos y de historias paralelas y como tal irreconocibles en un punto de convergencia. Yo estaba forzando un encuentro, un diálogo, un conocimiento y en un momento pensé que si no fuera por lo que concebía una verdadera misión, nada tenía que hacer allí, entre esos cadáveres oscuros que se movían sin acusar mi presencia de ningún modo. David Monongye, el Kikmongiwi o último portador de la Tabla Sagrada me estaba esperando, eso era cierto, verdadero, por eso con Marisol y nuestra hijita Aldana habíamos viajado desde Argentina. Todo me justificaba y nada también.

La autopromesa de escribir todo lo que había ocurrido desde aquel lejano junio de 1979 en la pequeña ciudad de Pérez, se acercaba a ser cada vez una realidad verificada. Ya vería yo cómo me las iba a arreglar para que el mensaje llegase al mundo. Debo aclarar al lector que los hechos aquí consignados son reales sólo en parte, pero el contenido esencial es totalmente cierto. Mi vida no encontraría paz si no lo hiciese y la literatura me brinda el modo más mágico para ofrecer a la luz lo que injustamente yace en las sombras desde hace tantos siglos por obra de una historia de la que no deseo sentirme responsable si da la espalda a lo que otros hombres desearon e hicieron por la paz del mundo.

Está precisamente en el lector desentrañar de este texto el mensaje que viene desde lejos en el tiempo y el espacio: el simbolismo, la metáfora, las voces oníricas, los hechos silenciados en la prepotencia del conquistador de turno, todo se ensambla para que finalmente esa Tabla Sagrada llegue a todos ya sin importarnos su origen tanto como su destino.

Mientras descendía de la colina, el hijo de Qöchongma pensó exactamente lo mismo porque delante de sí veía extenderse ese mar de ojos brillantes en la noche que se encendían con el espíritu Hopi ante el dolor de la muerte y la esperanza de la revelación.

El flamante jefe danzó solo alrededor de la Tabla Sagrada hasta que nuevamente el sol volvió a interrumpir rojo y majestuoso en le horizonte. Wakan Tanka había respondido y la Estrella Azul se apagó en el cielo.

clip_image012 Solamente un pueblo materializado piensa en refugios. Los que tienen la paz en sus corazones poseen ya el mejor refugio de la vida. Aquellos que no participan en la división ideológica del mundo están preparados para comenzar la vida en otro mundo, uniendo a las razas negra, blanca, roja o amarilla. Son todos hermanos. La guerra estallará como un conflicto espiritual contra los medios materiales. Los intereses materiales serán sustituidos por otros espirituales que perdurarán para crear un nuevo mundo y un país con un solo poder: el del Creador.”

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En junio de1979 estaba ocasionalmente en Pérez cuidando una casa de campo, si bien mi trabajo rutinario en ese momento era el de conductor de transporte urbano de pasajeros. Mi familia ya se había retirado a dormir, era una noche muy fría de aquel invierno, pero yo decidí no unirme a ellos porque sentía una extraña inquietud que me hubiese impedido conciliar el sueño

Hacía ya un tiempo había comenzado a frecuentar las reuniones de una Escuela Moral Y Filosófica, justamente en busca de la paz que necesitaba. Pero nada era suficiente, mi espíritu se debatía entre extrañas sensaciones que -intuía- tarde o temprano iban a desembocar en algún hecho o fenómeno del cual no conocía su naturaleza o sentido.

Un tropel de emociones comenzó a golpear desde mi ser más íntimo y profundo. El silencio establecido por la hora y el sueño de los demás, estaba a punto de quebrarse si no abría las compuertas de mis sensaciones mal contenidas en mí.

Sin ser un experto dibujante, ni un eximio escritor, sabía que sólo la representación gráfica y la narración iban a poder plasmar lo que me ocurría. Debía intentar ambas con más fe en mi claridad que en mi destreza.

Busqué con qué escribir y dibujar y ya frente al papel, le abandoné a lo que otros llaman inspiración y yo, más humildemente, acuerdo en llamar dictado.

Los trazos comenzaron a sucederse generando una danza sobre el papel, al tiempo que daban forma a un dibujo de características humanas. Era decididamente un ser humano, un niño de cabeza desproporcionada y……… grandes ojos rasgados, achinados, que presidían un rostro completado con diminutas orejas, nariz pequeña y respingada y una boca de brevísimos rasgos. Su cuerpo era estilizado, de importante y fino cuello, con brazos largos que remataban en manos pequeñas. Casi inconsciente, dejé el dibujo y fui en busca de colores que había en las cartucheras de mis hijos. Cuando regresé, comencé a darle color a ese cuerpo y extrañamente lo pinté de negro, blanco y amarillo. Era algo así como una síntesis casi perfecta de las tres razas. Supe- se- que yo no había decidido nada, todo había transcurrido en mi sin más propósito que el de llevar a la forma concreta lo que había abstraído en algún momento.

Terminado el dibujo, me maravillé, lo admiré y decidí ponerle un nombre, pero antes, debía coordinar en una narración de la historia que lo erigía en protagonista de un hecho universal. Esa historia es la que motiva cada letra escrita aquí, esa narración es la que llevo conmigo como si el futuro la hubiese inoculado en mi espíritu con la exactitud que no pude- en aquel frío junio de 1979- dejar de escribirla. El nombre del personaje surgió de voces que se armonizaban en una sola para producir el sonido Mexclo ¿Era realmente así? Casi podría asegurarlo, pero no importaba demasiado la nominación cuanto sí la misión que cumplía en el mundo.

Al día siguiente y sin perder tiempo, me dirigí con el dibujo y la narración a la sede de la Escuela Moral y Filosófica Misión del Amor. Azorado, pedí hablar con el maestro para hacerle presente la causa de mi visita. En mi conversación me entero por el relato del maestro, que la misma noche anterior había convocado en la escuela a quienes pidieron precisamente por la unión de las razas. Todo me resultaba casi increíble pero no absurdo ya que las coincidencias eran demasiadas y ponían al hecho en la jerarquía de fenómeno. Hurgué dentro de mí y no podía comprender con exactitud lo ocurrido. Fuerzas, tal vez de carácter sobrenatural, confluían en mi para canalizar su mensaje.

También me sentí solo, absolutamente solo, con ese mensaje en mis manos y a expensas de una revelación que debía descifrar. Yo también como en Oraibi el joven Mynongva, bajaba de la colina con la Tabla de la profesia. Esto sucedía más de cinco siglos después y en otro lugar, pero la sensación era la misma, también la responsabilidad y el celo que debía imprimirle.

Compaginé la narración de Mexclo intercalándole los dibujos y mientras estaba terminando el diseño final, una gota de témpera blanca cayó sobre el fondo negro formando una suerte de antorcha sobre el papel. Reconozco que en ese momento me estremeció, luego supe por qué.

Así compuesto, entregué el original a la Sra. Madu Yess, Directora Espiritual que en ese momento visitaba Rosario después de 5 años y que reside habitualmente en Buenos Aires.

Mi vida iba a concluir en ese instante para volver a nacer sin que la muerte separase las dos existencias. Ya no sería más, nunca más Miguel Brandoni el que llegó hasta Pérez con su familia para cuidar una casa de campo, el conductor de colectivos, el hombre que lucha en la vida por vivir para procurar su felicidad y la de los seres queridos. No, alguien había querido cambiar esa existencia de modo irresistible que no puede sustraerme; por otro lado, no hubiese querido permanecer ajeno o indiferente a semejante convocatoria.

Miguel Brandoni, como aquel indio Hopi, había sido elegido y aún quedaba todo por hacer. Que el mensaje estuviese encarcelado en letras y dibujos como las profecías de la Tabla Sagrada no daba término a ningún destino, por el contrario, abría los surcos de un sendero desconocido, pero hacia una meta precisa. Una meta tan valiosa como la Paz en el Mundo, la unión de todos los hombres ¿quién se hubiese negado? ¿Quién no hubiese muerto para sí mismo negándose?

Supe al poco tiempo, que el 5 de marzo de aquel 1979, miles de habitantes de las islas Canarias habían observado en el cielo un fenómeno inusitado: un objeto extraño con forma de antorcha que fue fotografiado por Guillermo N. Lijtmaer

Lo vi en la foto, era igual a la mancha de témpera blanca.

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Kalahari, Africa: Una nave con seres cuyas características eran similares a las de Mexclo, es capturada por fuerzas norteamericanas. En Rusia el pequeño Volodia Sartshev se contacta con extraterrestres. Al encuentro de Voronej le siguen otros que incluyen abducción de dos mujeres y una niña en Kiev.

También en Rusia, Veronej, el 27 de septiembre de 1989 un grupo de niños que jugaban en un plaza, toman contacto con dos seres extraños que provienen de una esfera roja. Uno es pequeño, semejante a un robot, el otro mide casi tres metros y por unos segundos hace desaparecer a uno de los niños; luego regresan a la esfera para partir velozmente, dejando una inobviable huella radioactiva en el lugar.

No puedo dejar de registrar estos hechos, todo ha cambiado en mi; aún mismo, en mi vida privada. Mexclo es alguien más que se adhiere a mi existencia desde su mítica gestación. Yo sé que él está, que existe más allá de los dibujos que intentan representarlo. Sé que no puedo probar nada, pero todo me convoca a reafirmar mis convicciones. Mexclo se ha filtrado en mi corazón como una necesidad de vida y mi mente como una necesidad de acción.

La prensa y las revistas especializadas siguen cercándome con sus informaciones. Algunas son muy vagas, quizá deliberadamente desdibujadas, otras como la Revista Año Cero de origen español, ofrecen un marco de mayor rigor científico. A partir de ellas tomo contacto con la enigmática Tabla de las profecías de los indios Hopi, cuya traducción es Paz. Las leo, su sabiduría me embelesa, su poesía me invade con un canto de sirenas.

Estos hombres- los Hopi-, aparentemente rústicos y hoscos, guardan verdaderas claves de la lectura histórica y del devenir de los tiempos. No hay dudas de que nuestra civilización violenta le ha dado la espalda a soluciones pacíficas para resolver los conflictos de la familia humana. Un espantoso mosaico de colores arbitrariamente jerarquizados desde el blanco al negro, preside los holocaustos, justifica todo atropello, sacraliza crímenes y masifica convicciones con su fuerza brutal.

Leo una de las profecías de los Hopi que reza textualmente: “ Cuando la estupidez haya alacanzado su cima, retornará una gran sabiduría que provendrá del Este. Si el hombre la escucha se producirá una transformación consciente y un renacimiento de la humanidad. Si no, llegará el final de la vida “.

Observo el Oriente de la historia y no es difícil concluir en que las grandes voces han venido siempre desde allí. Las religiones por revelación divina y la sabiduría budista se enlazan en un nudo que sujeta filosófica y trascendentalmente un destino de Paz para la humanidad.

Aún así, no han sido eficaces en sus alcances porque la naturaleza íntima del hombre parece rechazar ese destino y urde en los pliegues de la historia las innumerables causas de más guerras y de mayores males.

Mexclo me observa con sus ojitos oblicuos y me indaga sobre esa prisión donde lo he dejado que creciese desde aquel junio de 1979. No podré explicarme jamás por qué llegó hasta mi ni qué pretende de este ser que me tocó ser. Por momentos me desaniman las escasas posibilidades de investigaciones más profundas y de llevar a la luz lo que siento que Mexclo me exige. Por otro lado, una fuerza indeclinable impide que me desaliente totalmente y conservo la fe en que de un modo u otro voy a ser capaz de infundir a este dibujo la vida que me reclama. Sé perfectamente la historia que debo narrar y también el método para hacerlo.

Mexclo es un niño, simplemente el niño, en el que todos pensamos en términos de futuro. ¿ Pero cuál?

La línea del futuro previsible se debilita en su proyección por las pocas fuerzas que le llegan del pasado. La línea del tiempo es una semirrecta de sangre, una herida abierta, un cauce de injusticias que fueron acumulando un material monstruoso y temible sobre el que caminamos todos los días hacia el futuro.

¿Dónde vivirán los niños? ¿Dónde pondré a Mexclo a salvo?

Su rostro de varios colores, como tantas razas existen, me interroga, me cerca, me exige que cuente su historia. Pero tal vez no entienda que no es simple, que la fe ha cedido paso a los logros inmediatos que a su vez generan otras ambiciones igualmente vacías y caras. Y él no es ni siquiera un niño, es un dibujo, un mensaje, un arquetipo, un símbolo, una metáfora, una historia que aún debe contarse, que debo contarla yo, porque él me la exige, porque yo la creo, para vivir en paz.

Haber nacido para enfrentar, para vivir la afrenta, para no vivir, pero haber nacido ya es todo un hecho, como ser niño en un mundo de maldad.

Haber nacido de hombres malos y ser buenos y no desear crecer es ser niños, para siempre niños para mejorar el mundo.

Poder perdurar como niños, era un desafío que ponía del otro lado al hombre, al abandono, al abuso, a la guerra. Y era enfrentar, todo eso y aún más, con las solas armas del amor inocente e inconsciente que a pesar del mal trato subsistía, resistente, incólume en la lucha en la que ocasionalmente encontraba la alianza de un anciano.

La vida y la muerte parecían la misma cara de cualquiera sobre el espejo, sólo la separación virtual que impone el tiempo entre vivos y muertos surcaba un abismo. Los vivos que viven para morir y los muertos que viven en una dimensión desconocida no deja de ser un umbral poco feliz de cualquier reflexión existencial, pero se vive así y aún peor cuando se es consciente de esto desde niño.

Ser niño y hombre a la vez es como existir en dos realidades a través de un mismo cuerpo: ser niño desde la ingenuidad y la ternura y ser hombre desde la debilidad y el destino obligado. Todo niño es consciente de su humanidad y en cada uno hay un recóndito temor a seguir incorporándose al mundo que le presentan y le cargan sobre las espaldas porque sí, porque para algo nació. ¿Pero cómo? ¿Cuál es el aprendizaje que se puede hacer en el aula de odio con maestros para nada ejemplares y en medio del dolor y el desconcierto?

La supervivencia suele entrar por el umbral de la rebelión y si bien no es pensable una revolución de niños ciegos cuando miran hacia el futuro, una historia puede ser pensada como pasada y deliberadamente convertida en silencio y también como una historia que puede ocurrir en cualquier momento del futuro.

Cuando de los abismos del tiempo, aún el más remoto, se desenvaina una historia verdadera, es siempre un acto nuevo, una noticia fresca. Cuando en el futuro germinan historias, las raíces están en el presente o en el pasado por lo que nuestros niños se revelarían ante la consciencia de ser hombres inexorablemente malos si su infancia es dolorosa hoy. Esta historia existe en algún lugar del tiempo y en mi que soy tiempo, circunstancia e historia acumulada en un niño.

Escribí, esta historia existe, por eso la estás leyendo y quizá vos también seas un protagonista más.

Uno de los que se reunieron en la vieja plaza Libertad.

Cualquier ciudad del mundo tiene una plaza que directa o indirectamente se llama Libertad. Es una expresión casi obligada de homenaje a lo que nos resulta más difícil conquistar para sí mismo y respetar en los demás.

Libertad es una plaza también, en el centro mismo del mundo que convocó Aquel Día a los Niños del Mundo. Todo debía ser hecho a espaldas de los mayores por lo que no debería haber movilizaciones en masa sino un encuentro por medio de niños, tres, representaban a los demás, a todos, un niño amarillo, uno blanco y una niña negra. Tres colores que la historia se empeñaba en diferenciar a partir de teorías absurdas con respecto a la superioridad de una y a la inferioridad de otras.

En definitiva no eran más que colores, pigmentaciones, algo tan simple como útil; ser distinto, para crear, cimentar y justificar un pasado que avergüenza a la familia humana. Pero esta vez fue diferente, nada iba a poder detenerlos y el objetivo iba a cumplirse inexorablemente, como un rito obligado.

Niños que desaparecían sin que preguntase por ellos, había muchos, increíblemente cuantiosos en todos los países del mundo. No todos eran ni son encontrados, por la simple razón de que ni en todas las pérdidas o los extravíos se pone el mismo celo en encontrarlos.

Tres niños de distintas razas, se encontraron Aquel Día en la Vieja Paza Libertad.

Aún así antes debieron abandonar su lugar de origen sin más auxilio que la firme voluntad de llegar en tiempo a destino.

Las vicisitudes fueron tantas como las que impone un enorme planeta para pequeños seres. El niño, si bien de inteligencia ágil y de rica imaginación, jamás fue tomado en cuenta como un ser completo, como alguien totalmente capaz. El mundo gira por el momento, como gira, con la pervertida imaginación de los adultos y con su completa capacidad para generar daño y dolor. Nada de lo que deseoso exprese un niño será tomado en cuenta porque la pureza pone siempre en crisis a la deshonestidad.

Por eso mismo, llegar al punto fijado significó ante todo no sólo un desafío de fuerzas sino un triunfo de la voluntad para objetivos superiores.

Consideramos que estos tres niños debieron supera los escollos de trasladarse siempre clandestinamente por geografía diversas, entre pueblos diferentes y a través de distancias desproporcionadas a sus fuerzas. Pero, lo lograron. Y esta historia da fe de que estuvieron Aquel Día en la Plaza Libertad.

El punto y movimiento del encuentro fue sencillamente sublime porque el reconocimiento recíproco que surgió espontáneamente de ellas puso su énfasis en un abrazo que los estrechó sin más palabras.

En ese mismo instante todos los niños del mundo sabían lo que estaba ocurriendo en la vieja plaza.

clip_image017 El lugar no tenía en particular signos distintivos de mayor relieve, sólo que de modo inusual, los pájaros no eran huidizos ni temerosos de la presencia de los niños. Bien podría decirse que ellos participaban en forma decidida y alegre de aquel encuentro acompañándolo con sus vuelos y sus trinos como si fueran un elemento más de la arquitectura de la plaza.

clip_image018clip_image019clip_image020clip_image021 “Cantemos, cantemos

clip_image022 esta canción de Amor

clip_image023 aquí estamos unidos

clip_image024 por nuestro Corazón.

Sólo sabemos esto

clip_image025 Jugar y amar

clip_image026clip_image027clip_image028 Porque para amarnos

Nos creó el Señor.

Amémonos, entonces

clip_image029clip_image030clip_image031 Hasta más no poder.

Vengan todos los niños

clip_image032 Todos, de cualquier edad

clip_image033 Y unamos las fuerzas

clip_image034clip_image035 Del sol interior

Cantemos, cantemos

Esta canción de Amor

clip_image036 Vengan todos los niños

clip_image037 Todos, de cualquier color.

Sólo sabemos

Jugar y amar

clip_image038clip_image039clip_image040 Y que los hombres malos

clip_image041 Ya no lo sean más.

Vengan todos los niños

Todos, de cualquier edad. “

Esta canción comenzó a hacerlos girar en ronda presos de un frenesí de alegría por el logro del encuentro. El día, sus circunstancias, la llegada y el abrazo, parecían enlazarlos sin opción a que terminase el canto y la felicidad que los embargaba. Pero todo iba a cambiar de repente y ante el asombro de los niños. Una sombra desde lo alto, como si se produjese un eclipse, comenzó a cubrir la superficie de la plaza y los ojos embelesados de los niños. También los pájaros dejaron de cantar cuando lo hicieron los niños y el silencio más absoluto cundió en el lugar. La canción que parecía una cadena inextinguible de versos que se enlazaban a través de la algarabía, quedó trunca, se estrelló contra la sombra y desapareció en las bocas tensas de los niños. Fue entonces que a la sombra le siguió una luz blanca, intensa, casi como una sólida columna luminosa por la que descendía una voz que con inflexión paternal dijo:

-He oído sus ruegos y he visto sus angustias, pero mis Ángeles están siempre asistiéndolos. De todos modos, se ha llegado al fin de sus padecimientos y el orden deberá reinar en esta casa -luego agregó de modo inconfundible, con voz más grave y expresión firme:

-Dentro de exactamente cuatro años, en el último día de mayo, nacerá quién va a traer al mundo la unión de todas las razas.-

Dicho esto, la luz blanca comenzó a teñirse de todos los colores al tiempo que un agudo silbido y una brisa muy suave remataban el fin del mensaje. En pocos instantes todo se disolvió en el aire y la luminosidad normal regresó a la plaza.

La emoción y la conmoción habían atrapado a los niños que permanecían tomados de las manos, estrechándoselas hasta enrojecerlas; los rostros hacia arriba boquiabiertos, estupefactos.

Eran conscientes de haber presenciado un fenómeno que los marcaría para siempre con la presencia concreta de lo sobrenatural.

El desconcierto se mezclaba con la íntima felicidad de haber estado en presencia de Dios ¿ Quién sino era capaz de escuchar súplicas? ¿Quién podría conceder Gracias? ¿Y quién estaba, si no Dios, en canciones de predecir el devenir de los tiempos con tanta exactitud?

Otra vez como el autor en su momento y como el joven indio Hopi Mynongva en su momento, llegaba a seres humanos un mensaje que insistía en la unidad y la paz entre los hombres.

Otra vez, quién recibía el mensaje quedaba en una extraña situación de desconcierto ante la nitidez de un mensaje que debía verificarse, sí, pero no se sabía cómo.

Los tres niños se separaron para regresar a sus lugares de origen, llevaban consigo el mensaje de quien sólo Dios era autor y responsable. Ellos crecerían pero llevarían siempre en sus almas el impacto que habían recibido. Ahora les tocaba ir de regreso con lo que habían recibido como profecía. Quizá deberían ser los que vuelven después de ver la luz en el ámbito de la alegoría de las cavernas de Platón y quizá hasta podrían correr la misma suerte. Aún adultos, cuando lo fueran, deberían conservar el alma de niño, la de esos niños que tuvieron un contacto directo con el Señor de la Historia. Nada iba a ser no a resultarles como si todo hubiese quedado en ese encuentro feliz en la vieja plaza donde cantaron al amor. Había una fecha, un acontecimiento que esperar: el último día de mayo dentro de cuatro años.

Pero el camino elegido por Dios, parecía - como siempre – desconcertar aún más a medida que transcurría el tiempo hacia la fecha prefijada.

Lejos de preparar un camino de soluciones, todo parecía contradecir cualquier final feliz porque las desgracias de todo tipo se cernieron sobre el mundo provocando cada vez más dolor y desazón.

No sólo se asistía a cataclismos, terremotos, inundaciones devastadoras, ciclones, huracanes y tornados arrasadores, a esto se unían la paz y el desequilibrio totalmente quebrados entre los hombres.

El monstruo de la violencia en todas sus formas reinaba en el corazón de la humanidad y la destrucción centuplicaba sus lenguajes devastadores para reafirmar su elocuencia y su poder. Guerras y matanzas habían impuesto su poder omnímodo y el pánico general impedía que se superase el miedo como clima y atmósfera cotidianos. Esto mismo replegaba el espíritu de la gente común y pronto se vieron presa de egoísmos y mezquindades que generaban el miedo a vivir. Quizá el infierno, su rey y su corte, se habían encaramado en un mundo que se desvanecía en la ciénaga del dolor y del debilitamiento espiritual.

Irónicamente y sin ninguna justicia se dio a conocer como “fenómeno de EL niño” uno de los mayores perjuicios climáticos causados. Todos toleraron y hasta bromeaban sobre el nombre tan poco apropiado para traducir calamidades extraordinarias.

El último día de mayo, a cuatro años de la extraña aparición a los niños, y a pocos metros de la Plaza Libertad en un centro de neonatología nacía un ser muy singular. El parto había sido asistido por una ininterrumpida luz blanca que llegaba de todas partes por donde pudiera filtrarse. Eso denotó aún más las particularidades se su piel. El cuerpo, si bien de proporciones y formas normales, dejaba ver tres colores definidos: negro, amarillo y blanco, repartidos en forma caprichosa, como si se tratase de la paleta de un pintor.

Sin dudas, el pintor existía y había hecho lo suyo, aquel último día de mayo.

Tanto el obstetra como sus asistentes, recibieron en medio de un doloroso desconcierto a la criatura. Aún así, su presentación a los padres era obligada y sin reparar más, tomaron al niño y lo depositaron en brazos de su madre.

El rostro de la mujer quedó si expresión, como si se hubiese súbitamente paralizado. Los ojos y la boca casi desorbitados en un momento de asombro, se cerraron pronto en el silencio y la oscuridad donde se refugian los grandes dolores humanos.

El niño presenciaba – sin participar – la profunda tristeza que abría en sus padres una herida profunda. Pero su ser acabado, su conciencia plena de vida, parecían clamar por una felicidad que no percibía en el entorno.

Las miradas se encontraban huidizas en el cuerpo polícromo del recién nacido y más allá de interrogantes de tipo científico, una densa pesadumbre ganaba el ánimo de todos.

¿Qué sería de ese niño? ¿Quién sería el que sin razón alguna venía a la vida estigmatizado de ese modo? Seguramente algún espíritu proclive a especulaciones esotéricas, hasta habría pensado que acababa de nacer una suerte de ángel encarnado. También creo que todos esos pensamientos atravesaron la mente y el corazón de los que estaban allí, hiriéndolos de alguna manera. Pero la primera en sustraerse a mayores abstracciones fue la madre. Llevó con fuerza y con ternura ese cuerpecito desvalido contra el suyo y como volviéndolo a poner en su carne, lo abrazó con el simple y siempre conmovedor amor de una madre. Ella disolvía de ese modo cualquier otra cuestión que fuera un obstáculo entre madre e hijo. No era el momento de otras consideraciones que no fueran el amor y la felicidad de sentir su propia vida en otro ser. Así llegó realmente Mexclo al mundo, de modo muy diferente a como surgió aquella noche en mi imaginación. Su vida tenía origen en una pareja humana como cualquiera, pero esto lo supe después y justifica este texto que me dispuse a escribir, moralmente obligado.

Mey – así lo llamaron familiarmente -, ingresó a los pocos días a la casa de sus padres que era nada menos que una opulenta residencia urbana rodeada de jardines. Así y todo, no sería por mucho tiempo, ni más ni menos que una jaula de lujo, una cárcel dorada donde el pequeño fue recluído para apartarlo de la malsana curiosidad de la gente.

Todos pensaron que había nacido un niño con graves atrofias y retrasos ya que el silencio más impenetrable sucedió a su ingreso a la casa paterna. Si bien nadie ignoraba que Mey existía, un muro de hiriente piedad detuvo a los que se preguntaban cómo sería el niño y así fue que las versiones sobre sus supuestas malformaciones fueron tantas que todas, sin excepción, dejaron de ser creíbles.

Los padres de Mey llegaron a enterarse sólo de algunas maledicencias, pero no parecieron preocuparse por los comentarios ya que sólo ellos sabían que más allá de su piel tan particular y una inteligencia que se manifestaba deslumbrante, nada había en Mey que pudiera ser considerado anormal.

Pero como sucede ante los hechos que debemos asumir y que nos resultan de difícil aceptación, Mey se vio recluído en la planta alta de su casa, sofocado por el amor excesivamente celoso y prejuicioso de sus padres. Era el ambiente más propicio también para que deseara la libertad.

Vivía rodeado por un mundo que tenía vedado. Por debajo se abría generoso, colorido, fascinante en sus formas, el jardín de la casa, pero era como otro cielo, no lo conoció en sus primeros años ya que no se le permitía bajar.

Su mirada se extendía ansiosa y ávida sobre el orbe verde con matices de todos los colores, flores, árboles, estanques poblaban ese mundo prohibido que se desplegaba a sus pies sin que llegara a tocarlo. Sólo cuando Mey cumplió siete años, sus padres le permitieron bajar por primera vez al jardín.

Para el niño fue como dar sus pasos por un mundo nuevo.

Aún más, por un mundo que era doblemente ansiado porque no sólo tenía conciencia plena de su existencia sino que conocía – distancias de por medio- hasta sus mínimos detalles.

Posiblemente, y por primera vez, sintió el golpe de la emoción más fuerte desde que era consciente de la vida. Al contacto con aquellas formas de vida redimensionó, quizá exageradamente, su asombro. Los árboles y la hierba, las flores y los insectos con la majestad de su sencillez se ubicaban ostensiblemente en un mundo propio, donde su sola presencia era vital y soberana.

Todo eso era extraño y deslumbrante para un niño cuya existencia llevaba las marcas de una ignominia injusta, de una vergüenza inmerecida y de la que nadie había podido redimirlo sino que por el contrario, los que decían amarlo, se lo habían hecho sentir apartándolo del mundo.

El estanque con los peces se le apareció como una constelación acuática que él podía regir a partir de las migajas de pan que arrojaba al agua y el vuelo de pájaros y mariposas lo embelesaron de modo tal por su cercanía a ese mundo que hasta pudo pensar que también ellos, como las flores y las plantas pertenecían de modo estable al jardín.

Su primera libertad conquistada sin oposición fue descalzarse, tomar contacto con esa alfombra cosquillante y fresca del césped. Luego, desde las palmas de las manos, descubrió la piel rugosa de los jacarandáes y lejos de sentir algún rechazo por su aspereza, probó una sensación placentera en contacto con los troncos que se levantaban como torreones y guardianes de esa plenitud de vida.

Aún cuando simples, sus conclusiones fueron inteligentes al desembocar unívocamente en la perfección de una mente suprema en belleza y potencia para crear todo eso.

Mey sintió por primera vez el Amor en medio de su jardín, aquella mañana cuando con ya siete años pudo tocar con sus manos la realidad de esa belleza. Pero no fue consciente de que otra realidad se filtraba por su ser silenciosamente, era la pasión por la vida que de un modo muy extraño y singular lo había signado desde su nacimiento. Esa pasión que permanece más allá del deslumbramiento y que lejos de debilitarse, es una llama atizada por el viento, un alud que arrasa y en minutos cambia la fisonomía y la situación de un paisaje que por mucho tiempo había permanecido inalterable.

Cuando desde la casa su madre se asomó para llamarlo, Mey sintió que un sueño muy profundo lo dominaba y no opuso resistencia al regreso. Debía dormir y reponer fuerzas. Debía entregar al sueño el producto de sus emociones y vivirlas de nuevo, mágica y libremente.

Desde la profundidad del sueño, un anciano comenzó a hablar a Mey. Su presencia colmaba la atmósfera onírica de una paz muy especial y la voz fluía clara, firme en sus inflexiones.

-Mexclo, no temas tus propósitos, vas a triunfar porque sos muy bueno y Dios te acompaña especialmente, está junto a vos. Por eso, no temas y seguí siempre adelante.-

Una luz nívea envolvió todo el recinto y sus destellos comenzaron a cubrirlo con reflejos de todos los colores, como si un inusitado arco iris se cerniese en el lugar a través del cual un coro de ángeles dorados, empezó a corporizarse embebidos de luz fulgurante. De entre ellos, surgió una voz que se preanunció con destellos policromos hasta convertir la habitación en una caja de luces vivas y mutables, entonces la voz dijo:

-Viniste a la tierra para traer la unidad entre las razas.

Muchos crímenes se cometen por las diferencias aparentes entre los hombres porque no se toma en cuenta el alma. Tu misión no es simple Mexclo- prosiguió la voz -: por vos, los hombres deberán comprender el verdadero significado de la Unidad entre los pueblos y esto ya fue revelado a otros hombres y escrito en viejas tablas. Quienes no acaten este mensaje, serán destruídos.

Sus propias mentes serán los mecanismos de autodestrucción y sus almas serán muy débiles para salvarse ese último día. No lo olvides Mexclo, esta es tu misión en la tierra.-

Dicho esto, las luces comenzaron a reabsorberse y en ella los ángeles se plegaron como si fuesen cuerpos de contextura sólo luminosa.

El niño despertó sobresaltado y corriendo hacia la ventana, vio que unas luces se fundían en la noche hasta apagarse totalmente.

Sólo atinó a decir, aún muy confundido:

-Entonces, no fue un sueño.-

Su estado de excitación y temor a lo desconocido no lo privó de experimentar una profunda alegría que venía de su ser más íntimo. Podía recordar perfectamente el sueño del que ya en ese momento dudaba que hubiese sido tal, sino más bien un episodio real aunque extraño, sobrenatural, extraordinario totalmente.

También sintió que debía agradecer la experiencia.

Seguramente nadie o muy pocos, habrán sido los elegidos para vivir de ese modo tan intenso y hermoso la comunicación de un mensaje. De todos modos, se habrían ante él la necesidad y la obligación de transmitir la advertencia y, a juzgar por las posibilidades que le brindaban su edad y condición de niño, carecía en el momento de una idea que pudiese

desarrollar en la acción ¿Cómo llevar ese mensaje a todos los hombres? ¿Por qué él? En Oraibi, seis siglos atrás, el hermoso indio Hopi se había preguntado lo mismo con la Tabla entregada por su padre, cuando además, entregó su vida al ocaso sobre el monte.

Quizá el tiempo no había transcurrido y Mexclo fuera la reiteración de una nueva posibilidad de salvación que Dios no se cansaba de exigir en su exhortación sustancial. Mexclo llevaba ahora grabado en su alma el mismo mensaje que Mynongva en las Tablas de las Profecías Hopi con la diferencia que de él se pretendía una misión activa, de algún modo revolucionaria y esa necesidad de comunicar el espíritu de la advertencia recibida, me encontró en aquella fría noche de invierno de 1979, cuando estaba en Pérez, con mi familia, cuidando una casa.

El padre de Mey, se decidió a hablar con el docente que a diario concurría a su casa para la educación del niño.

Las particularidades que caracterizaban a Mey como “un chico diferente” , habían inducido a sus padres, dentro del plan general de aislamiento impuesto, a procurarle una cuidada instrucción con un docente privado y domiciliario al que, con el correr del tiempo y dada la evolución intelectual prevista, se le habrían sumado otros profesores.

De algún modo (de todos modos) Mexclo era la metáfora más acabada de la segregación, pero irónicamente impuesta por quienes estaban convencidos de actuar así por amor. Pero se trataba de un amor en exceso autoritario que despóticamente aislaba al niño del mundo al que –como todos- pertenecía.

Advertido de la presencia en la casa del maestro de Mey, el padre pidió hablar con él antes de que comenzara la clase del día.

-Disculpe que lo interrumpa, profesor, pero necesitaría hablarle – dijo él hombre invitando a tomar asiento a su interlocutor. Luego prosiguió en un tono de voz que comenzó algo opaco y con titubeos iniciales.

-...Es que estoy muy preocupado por Mey... –bajó la cabeza, hizo un profundo silencio como para organizar su discurso y luego volvió su mirada al maestro para decirle:

-Habla solo ¿entiende? Lo escuché hablar solo en su cuarto y no sé qué hacer... Dice, cuando lo interrogamos con mi esposa, que vino a la tierra para unir a las razas, para traer un mensaje de unión entre los hombres... Entiéndame, él ya es un chico diferente y yo... no sé, no sé si con Ud. Habla lo mismo... posiblemente deba hacerlo ver por un especialista...-

En ese punto de la alocución, el maestro se decidió a interrumpirla porque percibió nítidamente la preocupación que pesaba sobre ese hombre.

-Mire, no debe olvidar que a pesar de que como Ud. Dice “es un chico diferente” , Mey es un chico y como todos, dado a las fantasías, al vuelo imaginativo y quién sabe si en esos despliegues tan normales de la imaginación, mas alguna lectura que haya hecho por ahí o algo que ha ya visto y oído, no crea- como niño que es- tener contactos extrasensoriales y hasta con seres extraterrestres- terminó diciendo el maestro en una pretendida enumeración de fantasías posibles de naturaleza pueril.- Luego agregó:

-No creo, discúlpeme, que sea para preocuparse.-

-Sí, sí –repuso el padre- yo también de chico fantaseaba e imaginaba cosas. Pero lo de Mey es diferente, suena a divagaciones por momentos, y por momentos, no: se torna – aunque fabuloso- un discurso coherente e impropio de su edad por la madurez. Imagínese que hacerse cargo y tener conciencia de los conflictos raciales a los siete años, no es común.-

-No, por supuesto –aseveró el maestro.

-Aún más –prosiguió el padre- estuve investigando por mi cuenta, pero no encontré nada que pudiera informarme.-

Dicho esto, se sumió en el silencio y con la mirada apuntando a un lugar fijo, cualquiera. Todo denotaba en él un cúmulo de abstracciones anárquicas y contradictorias que lo ponían a merced de lo más temible para decidir: el miedo y la ignorancia.

El maestro observó respetando el silencio, hasta que se decidió a quebrarlo después de no pocas vacilaciones.

-Mire... yo pienso que también lo más creíble puede ocurrirnos, aún cuando no creamos que va a sucedernos.

Vivimos en tiempos, diría, muy extraños, con muchos fenómenos que se producen sin causas lógicas aparentes. Hay grandes cataclismos, males universales, enfermedades incontrolables que aparecen y diezman poblaciones enteras...no sé, Ud. Lo sabe como yo, porque vivimos en la misma realidad. Hay hasta profecías que anuncian estos tiempos tan extraños ¿Por qué creer en todo eso porque lo verificamos y no creer que podemos formar parte de ese cambio, pero como protagonistas, como colaboradores? –

-Sí, pero...-

-Déjeme terminar, por favor – interrumpió el maestro – yo sé que Ud. Es muy creyente ¿no? Bueno Ud. Mismo nunca se preguntó por qué Mey nació así? ¿No cree que en él de alguna manera hay un mensaje implícito de Dios ya que la ciencia no encuentra explicación lógica? –

-En verdad... bueno, mi esposa supone algo así – admitió el padre de Mey.

-Bueno, pero lo fundamental en esto no es pensar, entender, sino aceptarlo como tal para trabajar a partir de una realidad aceptada. Si Ud. Cree en Dios, cree en su Amor Infinito y su Perfección, tiene que dejar que Él cumpla su voluntad.-

Cuando el maestro estaba terminando de expresarse, la presencia de la madre del niño irrumpió en el diálogo. La mujer preguntó entonces:

-¿Ud. Cree, profesor que somos hijos de Dios y que Él nos crea libres?-

-Sí, así lo creo – afirmó el hombre – pero creo que a pesar de crearnos libres es un gran error interferir en su voluntad.

Mire, prosiguió:

-El mundo, este mundo, le pertenece a Mey tanto como a Ud, a mí y a todos y tiene el derecho de desarrollarse en él como cualquiera. Si él está llamado a cumplir un rol histórico en la humanidad, es imposible obstruir su camino y por otro lado si esa es la voluntad de Dios, hay que aceptarla y creer en ella, creer fervorosamente en que El sólo desea lo mejor, lo más bueno y justo para cada uno de nosotros. Creer significa confiar ciegamente y recuerde aquello tan hermoso que dijo Jesús “felices los que creen sin ver”.-

Al terminar de hablar, el maestro se sintió como sorprendido de su propio discurso. Si bien creía en cada cosa que había dicho, no imaginó poder expresarse así tan elocuentemente sobre el tema que – convengamos- no es corriente. Aún así, la mujer agregó:

-¿Pero por qué, Mey? ¿Por qué él?-

-Porque los odios, la destrucción, el desamor, muchas veces convocan a seres elegidos para reconducir a la humanidad, por ejemplo, por qué no, personas como Mey, distintos, pero no por la rara pigmentación de su piel- que es todo un signo- sino por la sensibilidad y el coraje del que fueron dotados- respondió el maestro.

El padre de Mey había guardado silencio para prestar especial atención a las explicaciones de este hombre en el que jamás había reparado demasiado, pero que a través de su palabra y de su fe, se le revelaba brillante. Y saliendo de su asombro dijo:

-Ya entiendo, Mey es sólo un niño y su verdadera diferencia con los demás es la misión que supuestamente Dios le encomendó y de la que está tomando conciencia recién ahora.

Mi esposa y yo somos personas de fe y vamos a apoyar a nuestro hijo.-

-Es su deber – acotó el maestro – pero aunque Mey no tuviese designios extraordinarios; porque nadie puede dar cuenta de eso, por lo menos que conserve el derecho de vivir en plenitud en este mundo donde nació. Y más aún si debe ser de algún modo un modificador de la historia; apartándolo como lo apartan del mundo, es un modo de obstaculizar un trayecto brillante. Perdóneme, Uds. Son los padres, pero creo que en este caso se equivocan. Mey debe ingresar al mundo, a la vida, es lo primero que deben hacer para que no sea más un chico diferente, un niño aislado, una especie de sonámbulo.-

Dicho esto, el maestro se retiró dejando solos a los padres de Mey. Había volcado todo cuanto conservaba en él desde el momento en que aceptó ser el docente de ese muchachito triste y soñador al que se lo había sustraído de la vida sin ningún derecho y por miedo y prejuicio. Esas marcas se insinuaban acentuadamente en el niño mucho más que los colores de su piel.

Finalmente, y quizá por la brillante intervención del maestro, Mey fue inscripto en una escuela de la ciudad, en la clase que correspondía a su edad.

Su ingreso al mundo real y concreto de la infancia fue un éxito absoluto. Lejos de lo previsto y temido por los padres, el niño sólo recibió cariño y total aceptación de sus pares. Estos, si bien en un primer momento se sintieron impactados por las diferencias físicas con Mey, pronto superaron el momento de asombro para abordar juntos el continente de los juegos y la magia que sólo existen en la infancia.

En la casa, nada había cambiado sino una actitud más abierta de sus padres quienes, al comprobar que la inserción de Mey en el grupo de niños era positiva, no obstaculizaron ninguna actividad que favoreciese su proceso de sociabilización.

De todos modos, el maestro siguió concurriendo en su calidad de tal a la casa del niño y también como amigo personal de su familia.

Era evidente, notorio: Mey poseía una inteligencia sensiblemente superior a su edad cronológica y esto fue un terreno fértil que no podía ser despreciado de ningún modo. Por otro lado, la vocación revelada en el niño de prepararse para su rol en la historia era un punto fuera de discusión.

Al respecto, sólo Mey era un absoluto convencido de su destino. Sus padres, íntimamente conservaban la esperanza de que “ el mundo “ terminase por atrapar a su hijo y que éste finalmente desistiese de cualquier camino que lo apartase de los normales parámetros de evolución en la vida previstos para cualquier ser humano.

Por otro lado, el maestro seguía nutriendo esa mente ávida de conocimientos con más interés en sus logros pedagógicos que énfasis puesto en la formación de un líder. En realidad, utilizaba la firme convicción de Mey con respecto a su destino para volcar en el niño una instrucción brillante, un producto de su esmero docente, realmente impecable. Aún así, todo esto no impidió que el contacto diario, las largas lecturas y los diálogos que mantenían al respecto, fuesen el punto de partida más sólido para que naciese entre ambos una amistad entrañable. En esta relación de afecto fue donde el maestro comenzó a percibir con

mayor claridad que su discípulo no fantaseaba con respecto al rol que debía cumplir en la historia. La afectividad de Mey era un vastísimo campo donde florecían nítidas ideas inspiradas en la solidaridad, en la justicia, y la lucha por el alto ideal de la paz del mundo. Por momentos Mey hablaba verdaderamente como un inspirado, un elegido y se hacía difícil ver en él un interlocutor de tan corta edad. Pero nada de esto se oponía al desarrollo paralelo del niño en relación al mundo sensible y sus juegos infantiles que se cumplían como un rito obligado y natural sea con sus compañeros y amigos, sea en el jardín de su casa donde transcurría mucho tiempo descubriendo casi lúdicamente los secretos de la naturaleza.

Cuando Mey cumplió 12 años supo que había llegado el momento de partir. Esto significaba no sólo ingresar a la experiencia para la que intelectual e íntimamente se había preparado, también el desprendimiento de sus afectos. ¿Cómo lo haría? Por otro lado no estaba seguro de poder afrontar despedidas que conllevasen ese trayecto doloroso de la separación física. Por otro lado, era totalmente injusto irse sin decir nada, escapar furtivamente, llevar consigo la culpa de no haber abrazado a sus padres, a su maestro, a sus amigos, como señal, mínima de expresión de tanto amor recibido y compartido.

Transitar por ese puente le resultaba más difícil y costoso que pensar en las vicisitudes que debía afrontar. Era lógico, no las conocía; pero sí podía prever el dolor de sus seres queridos, su propio dolor en el momento de la despedida. Lo resolvió pensando que esa instancia tan dolorosa no era ni más ni menos que el primer paso de lo que consideraba su misión y no el último de una convivencia de amor.

No era una despedida sino una bienvenida (aunque mal puede esta palabra traducir tan irónicamente lo de Mey sentía en la intimidad de sus afectos).

Se despidió de todos y fue un alivio percibir la incredulidad en algunos porque de ese modo se evitaba (y le evitaban) la asumición penosa de la partida. Posiblemente sus padres y su maestro fueron los más convencidos de que no iban a volver a ver a Mey, por lo menos por mucho tiempo. El único derecho que se reservó fue no decir ni qué día ni a qué hora iba a partir y así un día, Mey ya no estuvo más en su casa.

Cuando llegó a una de las salidas de la ciudad, se encomendó a Dios ya que era totalmente consciente de su presencia.

A pocos instantes de comenzar su camino fuera de la ciudad, Mexclo reconoció que el mundo que comenzaba a percibir era una somera imagen de lo que había estudiado y previsto. Entre sus libros y la realidad había tanta distancia como entre la foto de un objeto y el objeto mismo. A partir de aquí sus experiencias se iban a realizar a través de un mundo metafórico y real contemporáneamente. Una nueva dimensión del tiempo y el espacio reubica su posición en el mundo en el mundo que se abre a sus posibilidades de su acción.

Es muy importante que el lector comprenda que las narraciones que se sucederán a partir de este momento pertenecen a una realidad que trasciende los límites del mundo sensible para anclar en las costas de un escenario de construcción necesaria para sintetizar los hechos.

Las mismas profecías de las Tablas Sagrada de los Hopi están escritas y narradas en el lenguaje de los grandes signos que a partir de este momento ofrecen su caudal expresivo a este texto.

A partir de este momento, Mexclo y sus circunstancias, aparecen involucrados en una manifestación maravillosa de los hechos. La realidad ofrece su versión metafórica para narrar con acierto y sin descuidar ningún detalle de las aventuradas vicisitudes que debe enfrentar el protagonista en cumplimiento de su rol como tal y como señalado por un destino.

El mundo y Mexclo, una dicotomía que comenzó a ver como precio de su existencia. El mundo, valle de lágrimas y campo de exterminio se confundían en un instante de eternidad, que sólo causaba dolor. Aún así, todavía el mundo. El Supremo Poema exudado del Amor Inefable de Dios con sus entretejidas selvas que a modo de jaula sagrada encierran misterio y vida al mismo tiempo, preservados de la desacción humana; con sus colosos encadenados de piedra que desafían con nieves eternas al cielo; el mundo y sus desiertos abismados en el silencio y la soledad donde penetran sólo los vientos como dioses que aíslan de su Olimpo a los que no comparten su naturaleza divina. Ese mundo esperaba a Mexclo para recibir donde hubiese hombres y mujeres, el mensaje de la inminente unión, a riesgo de la destrucción absoluta. Por eso se interna en la selva humana, se golpea hasta sangrar con la necia roca de la incomprensión del hombre, se cae en el desierto impío del diálogo estéril. Y aún así, entre increíbles desventuras recorre el escenario de su inmejorable actuación con la magia regeneradora que sólo ennoblece a los valientes. El cansancio físico, el hambre, el frío o el calor no lo amedrentan, mo declina ni lo vencen porque no pone sus esfuerzos en sí sino en su fe, consciente de que es asistido por fuerzas que no le pertenecen.

Suyo solamente es el coraje de haber aceptado.

Quizá el niño aislado por sus padres por razones tan poco emparentadas como el amor que sentían por él y la vergüenza que sentían ante la gente, quedó en el jardín atrapado entre canteros y mariposas; y este Mexclo sea quizá su espíritu más genuino, su sueño más realizado o real en verdad. No interesan ahora esas consideraciones especulativas con la realidad, vale que su historia acaba de proyectarse ante las murallas del mundo y penetrará en él mágica, inusitadamente.

Mey se acercó al hombre que yacía en duermevela, posiblemente borracho contra la pared de una casona a la vera de un camino muy cerca de aquella ciudad. El individuo, al verlo, entreabrió los ojos y la boca con gesto de fastidio. Su aspecto era tan desagradable como degradante, semidesnudo y sucio, estaba armado, posiblemente fuese un ex_ soldado o aún más, un ex_ convicto.

¿Qué mirás, bastardo?_ dijo al tiempo que realizó un gesto obsceno sobre su cuerpo.

_Soy Mexclo- dijo el niño para luego agregar: _¿Puedo hablar con vos? No va a llevarte mucho tiempo escucharme porque traigo un mensaje de paz y unión entre los hombres.-

_No estoy muy acostumbrado a unirme a los hombres- dijo el hombre interrumpiendo groseramente a Mey y le espetó una carcajada por la que llegó un fétido aliento a su rostro.

-Posiblemente no me expresé bien, mi mensaje de unión y de paz entre todas las razas del mundo es una consigna que recibí de Dios. Él ya nos envió a su Hijo Jesús y yo estoy aquí para recordar a todos que somos iguales, que Jesús fue la más maravillosa alternativa de salvación que tuvimos los hombres, pero hoy todos parecen haberlo olvidado. Dios, el Supremo Amor, El Supremo Hacedor nos hizo iguales y nos reclama que no nos diferenciemos nosotros por el color de la piel o por cualquier otro motivo ¿Me entendés?-

El hombre se puso de pié con dificultad, pero preso de la ira por esa versión de Mey se dispuso a contestarle.

_Mexclo... pero qué ridículo. Mexclo, nombre de bastardo, raro y parecido a mezcla de basura como esa piel de serpiente de tres colores que tenés, apestoso deficiente, aborto de la naturaleza... Mexclo, vomito sobre tu nombre ¿De qué igualdad andás hablando por ahí? Yo no soy igual a nadie y nadie es igual a mí que ni se atreva. No soy un negro infame, mitad hombre y mitad mono, paridos como excremento, ni un asqueroso amarillo que se reproducen como conejos y se meten en todos lados como las moscas, sucios, molestos, repulsivos amarillos; ni tengo esa piel blanca de los lechosos, insultos y mil veces afeminados arios, esa peste increíblemente soberbia y estúpidamente vanidosa. ¿De qué igualdad hablás, a quién le interesa realmente ser igual a otro? Me da asco lo que decís y toda esa historia nefasta de la salvación. No hay salvación, todos estamos por la supervivencia es este infierno, profeta de la nada, payaso.-

Mey permaneció absorto. En su largo peregrinar se había encontrado con muchos individuos necios y hasta violentos, pero de ese modo tan hostil e irredento, no recordaba a nadie.

Ese hombre era la encarnación del desquicio humano, del autodesprecio inconsciente, ya que él mismo pertenecía a una raza a la que ni siquiera rescataba como algo propio. De todos modos, no demostró nada de lo que sentía y mucho menos miedo. Era en eso casos en los que más se sentía asistido por sus convicciones de tal modo, que sus ojos que habían permanecido cerrados durante la diatriba de su iracundo interlocutor, comenzaron a abrirse para mostrar una fulgurante luz azul.

_Y ahora, fuera de acá si no querés pasarla peor, que no cargaría con ninguna culpa si te destrozo- agregó el hombre violentamente. En ese momento, una diadema de luces cubrió el cuerpo de Mey quien no dejó de mirar a los ojos al individuo.

Este, presa de unos movimientos arrolladores, cayó de rodillas ante el niño. Su rostro había cambiado totalmente y refulgía de paz y consternación al mismo tiempo. Apenas si podía hablar, pero dijo:

_Bendito seas si traes un mensaje de Paz entre los hombres que desconocemos el amor. Bendito seas, Príncipe del Amor.-

Mexclo, tomándolo de las manos, lo puso de pié para hablarle.

_No estés de rodillas ante mí, no lo hagas, porque no es eso lo que vengo a buscar de vos, sino que abras tu mente y tu corazón para que comprendas estas palabras que voy a decirte y que ya fueron dichas hace muchos siglos

“Amensen los unos a los otros. Sé el hermano del hombre. Ama a los niños; porque vos mismo llevás un niño en tu interior. No permitas que muera nunca nadie; ni te destruyan; ese niño interior; no te destruyas con guerras y odios”

Luego agregó: -No olvides estas palabras, y ahora anda entre tu gente y transmitilas. Que Dios te acompañe y te bendiga siempre.- Dicho esto, Mey se marchó casi corriendo y en instantes, su figura se perdió en el paisaje.

Así como se fue Mey. El hombre dejó aquel lugar y se dirigió a la ciudad. A su paso convocaba a quienes podía para que fueran a escuchar de él un mensaje sobre la paz al Centro Cívico.

Su ímpetu y fuerza contagiaban a todos porque íntimamente estaban deseosos, hambrientos de noticias que pudieran aliviar su condición de vida. Cuando llegaron al lugar, todos centraron su atención en el orador. El silencio y la ansiedad por escuchar lo que iba a decir sobre la Paz se debatían el primer puesto hasta que se escucharon sus palabras.

El hombre elevó su mirada al cielo como queriendo encontrar el mejor modo de hablar para que su mensaje no sólo fuese claro y veraz sino sobre todo convincente y movilizador. Sin proponérselo en un momento determinado, se puso a hablar del mismo modo en que Mey lo había hecho. Su voz resonaba como un trueno, pero al mismo tiempo penetraba en los demás despertando una emoción que se enraizaba en los fueros más profundos de su condición humana.

Cuando mencionó que todos debían preservar el niño que llevaban consigo, hasta se vieron rostros de hombres rudos, rústicos, que se deshacían en nostalgia, compungidos, para renacer esperanzados en la posibilidad de operar desde ellos mismos un cambio en beneficio propio y de todos.

Viejos, jóvenes y niños comenzaron a vibrar con una íntima emoción mientras escuchaban a su orador. Finalmente, llegó el momento de desconcentrarse para retomar la vida, pero con una óptica y una operatoria diferentes. En las mentes y los oídos de esa gente habían quedado grabadas a fuego las palabras que escucharon, tanto como para volver sus pasos hacia un mundo que fuese el lugar y el momento de encuentro con la felicidad. Entre esas palabras milagrosas, el hombre

había dicho muchas veces Mexclo, nombre que tampoco ninguno olvidaría en ese lugar.

Por su parte, el niño estaba a las puertas de otra gran proeza.

Ya había llegado “ al país de los hombres de hierro “ conocidos por su violencia y su impunidad increíbles. Su centro principal, su capital, era una ciudad amurallada y protegida por fabulosas bases misilísticas capaces de destruir la cuarta parte del planeta y de modificar, en consecuencia, las condiciones y leyes de la vida natural y la de otros planetas también.

Ante la mole, Mey pudo recordar estremecido la Plaza Libertad y pensar cuán lejos estaba no sólo en el espacio sino también en el significado que tenía como hito de la comprensión y la unión entre todos los seres de la tierra. Su corazón de niño resurgió como queriendo embanderar una obstinada rebeldía contra ese santuario de la muerte y la depravación. Los hombres de hierro se parecían mucho más a seres infernales que a seres humanos, pero eran humanos, atrozmente equivocados y envilecidos por sus crímenes y bajezas. Habían sepultado a carcajadas la idea de un Dios del Amor y misericordioso para entregarse a la violencia, al desenfreno absoluto y descarnado.

Mexclo estaba en las Sodoma y Gomorra de su presente.

El poco contacto que había tenido con los habitantes de esta ciudad lo había destrozado íntimamente en sólo pensar en cuánto habían sufrido algunas víctimas y en cuanta crueldad puede generar el hombre enceguecido de ira y de lujuria abominables.

Las narraciones entremezclaban horribles episodios de explosiones infernales de armas atómicas con mujeres y niños tomados como rehenes y sacrificados como represalia previo a ser violados sin excepción. También había miles de alumnos que habían sido destruídos por armas químicas en las escuelas y experimentos genéticos con mujeres y niños.

Algunas mujeres eran obligadas a mantener relaciones sexuales con animales para obtener monstruos y millares de niños después de ser abusados sexualmente, habían sido vendidos como esclavos en p´´ublicas subastas.

Los rehenes eran el sanguinario producto de una guerra en la que se contendía la posesión de la montaña Bess, rica en uranio y oro. Es decir, que su dios, el precio de sus vidas, era ni más ni menos que una simple montaña a la que se le inmolaban víctimas sin poder arrancar de ella un solo atisbo de piedad. A ese coloso de piedra coronado de oro y uranio, se le ofrendaban ríos de sangre y mares de lágrimas, pero era una bestia insaciable que había transmigrado su espìritu diabólico destruyéndolo en las almas que se le sometían por miedo y codicia.

Los intentos de Mey de entablar un diálogo con esta gente se veían no sólo frustrados por el envilecimiento de sus mentes sino también por la imposibilidad de sostener un discurso normal entre estruendos y horrores que deambulan.

Cuanto supo le fue referido por un soldado que encontró en un refugio, quien en un rapto de inusitada humanidad, lo exhortó a que se fuese.

No apenas sintió el pedido, Mey abandonó el refugio, pero lejos de desistir con respecto a su permanencia, se impuso la tarea de reconvertir la espantosa situación. Antes de salir, se volvió al soldado para decirle:

-Me voy, pero para que nos veamos de nuevo en poco tiempo -dicho esto, esquivando horrores, llegó a los pies de la montaña Bess.

Ya en la cima, no recordó su ascenso, tales eran las fuerzas que habían impulsado cada paso suyo. Había caminado por las faldas mismas de esa deidad indiferente e inconsciente a lo que otros habían visto en ella. Mey no temió, en trances como esos, sólo obedecía a un imperativo, su mensaje.

Sus brazos se abrieron más en cruz que en alabanza cuando, llegado a la cima, se postró para suplicar:

. “Señor, Padre y Dios Nuestro, el que Es, antes y después de todos los tiempos, Eterno, Santo y Misericordioso; Dios del Amor Inefable y de la Piedad Infinita, Hacedor de todo lo visible y lo invisible, Rey del Universo y Causa y Fin último de lo Creado y por crearse; escucha mi súplica, mira este dolor que me traspasa cuando veo a mis hermanos sepultarse con sus

propias condenas, recoge mis lágrimas, Señor Nuestro y lee en ellas mi causa y mi aflicción. Muéstrame tu Justicias.-“

Mey cayó desplomado al suelo, exhausto, había puesto hasta su última fuerza en el ruego, había dejado el último aliento en su voz. Así permaneció un tiempo que no pudo ni podría calcular. El silencio se apoderó del lugar de un modo tan absoluto que, aún estando con los ojos abiertos, Mey pensó que había muerto. Pero pronto el rugir de olas le repuso la consciencia de la propia vida. Levantó el rostro y vio que las aguas habían arrasado todo sumergiendo lo que antes había sido la infernal ciudad de los hombres de hierro. Entonces hombres, máquinas, armas, yacían en el fondo de las aguas.

La justicia por que había clamado se había hecho presente con su poder absoluto.

Mexclo observó atentamente lo que había quedado de aquel imperio del mal y sólo la montaña permanecía rodeada de aguas que circulaba con los vestigios de la ciudad. Sólo algunas rocas diseminadas en el mar permanecían incólumes y a una de ellas se propuso llegar, por lo que descendió de la montaña no sin sentir pena por tanto seres que habían perecido al tener destruido el corazón de iniquidades. A los pies de la montaña, se dispuso a llegar a una de las rocas nadando y lo logró. Ya en ella sintió que algo provenía de una de las cuevas que había.

Eran indudables sonidos que se producían en el interior.

Esto atrajo la atención de Mey y su natural curiosidad lo indujo a escarbar y retirar piedras hasta liberar el acceso, de allí comenzó su camino internándose por el corredor natural. Otros pasadizos laberínticos iban a sorprenderlo y hasta confundirlo, pero guiado por su intuición, siguió caminando siempre en el mismo sentido para encontrarse, maravillado, ante un espectáculo de verdad inusitado, sorprendente: una gran cantidad de niños poblaban una mágica plaza de juegos. Estos, al percibir la presencia de Mey, fueron a su encuentro para saludarlo del modo más afectuoso y tierno, besos, abrazos y saltos lo rodeaban en un momento casi de sofocación.

En medio de esa algarabía, Mey pudo advertir que junto a un árbol, había tres jóvenes, de los cuales dos estaban abrazados y besándose. Ella

era una hermosa muchacha negra y él de raza amarilla. Cuando los jóvenes se acercaron a Mexclo, los niños lo liberaron de sus efusivas demostraciones de afecto. Ya junto a él, la joven le preguntó:

-¿No nos reconoces, Mexclo? Somos los niños de la Plaza Libertad –allí intervino el varón diciendo: -Yo soy un superviviente del país de los hombres de hierro y ella es de la tierra que fue históricamente nuestra enemiga, su país es Superojiva. A pesar de eso, el amor nos une y ya hemos sufrido mucho porque todo tiende a separarnos.-

-Por eso decidimos volver a la Plaza Libertad – prosiguió la muchacha y agregó luego – aunque no nos explicamos cómo es que la Plaza ha quedado encerrada en este lugar cuando todo fue movimiento y caos. De todos modos, nosotros nos amamos y está visto que nada podrá separarnos, pero debemos olvidar muchas cosas para poder seguir adelante – luego de un corto silencio agregó:

-Sabemos también que el hecho de estar vivos se lo debemos a Dios y a su enviado Mexclo.-

Mey sintió una profunda emoción ante la gratitud manifiesta de la joven y sus palabras brotaron inspiradas de este modo.

-Así como Uds. Me conocen, yo los conozco. Como Uds. No olvido esa maravillosa Plaza de la Libertad, de la Libertada interior, fuente y oráculo de Amor, única respuesta válida a tantos sufrimientos. Esa plaza simboliza el paraíso de los hombres con corazón de niño. Por mi parte sólo puedo decirles que en esa unión en la que van a consagrarse como pareja humana, no pierdan nunca de vista que el Amor y la Paz deben inspirar cada acto suyo, que sus hijos sean semillas de paz y hermandad en el mundo y entre los pueblos, que se consideren siempre iguales a todos los seres humanos e iguales ante Nuestro Supremo Padre que es Dios. Uds. Mismos no dejen nunca de ser niños, porque son los niños quienes heredarán el cielo. Y a este lugar deberán darle un nombre, llámenlo “Decorazón” y bendíganlo con ese Amor que hoy y para siempre los une. Uno de Uds. Es de raza negra y el otro amarillo, fíjense que todo ese amor que se tienen y por lo que tanto lucharon dará sus frutos en hijos que tendrán distintos colores de piel entre el negro y el amarillo y aún también - ¡quién dice! – hasta es posible que tengan un hijo blanco. ¿Pero qué importa en definitiva? Y ahora los dejo.-

-¿Ya? – preguntó la joven

-Sí. –repuso Mey-, pero celebro en mi corazón haberlos visto nuevamente.-

Alejándose del lugar, Mexclo llegó a la costa del mar. Sabía que su destino estaba atravesando esas aguas, por eso no le pareció extraño encontrar una embarcación que parecía estar aguardándolo. La abordó y sin más se echó a navegar. No temió, como en ninguna circunstancia anterior, vicisitudes, imprevistos o inclemencias que lo apartaran de su cometido. Así fue como encomendó la guía de ese viaje a Dios e inflamando su alma con los mejores augurios de tocar buen puerto, atravesó la gran masa acuática, no sin sortear peligros impuestos por estrechos, acantilados y tormentas. De todo eso salió airoso y por cada lugar por donde costeaba la superficie, los hombres parecían despertar de un letargo, de un profundo sueño que los devolvía a una fantástica realidad.

Finalmente y después de tanto navegar comenzó a ver signos y luces extrañas en el cielo que se cernían sobre la costa. Mey dejó que su embarcación se dirigiera hacia aquella tierra que ya desde lejos divisaba extraña y maravillosa a la vez.

Ya en la playa, al descender, sintió un profundo aroma muy dulce, al tiempo que observaba que el agua era de tal transparencia, que sin ninguna dificultad podía ver los pececillos dorados del fondo. La arena reflejaba extrañamente el azul intenso del agua y los rayos áureos del sol. Cuando elevó la vista para mirar el lugar, su misma imaginación tan rica se vio eclipsada ante esa maravilla de forma, color, brillo y perfume que se repartía en flores, plantas, pájaros y mariposas salidos de una exuberante y divina concepción. No sólo todo radicaba en la belleza contemplativa sino también en la activa, ya que los movimientos de las mariposas, el trino de los pájaros y sus vuelos, describían una danza de luz, sonido y policromías que, aunque de esplendor diferente, retrotrajo a Mey al jardín de la casa de sus padres.

Aún conmovido por lo que veía, se dispuso a penetrar en ese escenario paradisíaco pero por lo que percibía hasta el momento, deshabitado. Envuelto en el aliento perfumado del aire purísimo, comenzó a caminar cada vez más asombrado por la plenitud estética que descubría a cada paso. Así, y habiéndose cansado de caminar, se dejó caer a los pies de un grueso tronco para dormir. Pero algo iba a sacarlo de su profundo sueño, súbitamente despertó y comprobó que no estaba solo.

Un grupo de seres angelicales lo rodeaba invitándolo en silencio a incorporarse.

Mey pudo observar que eran en verdad bellísimos, vestidos con largas túnicas que lo cubrían hasta los pies, orladas de dorado. De ellos refulgía un resplandor celeste y los circunscribía un aura de intenso brillo. Su piel era casi transparente y una indeclinable sonrisa de ternura se abría en sus rostros. No tocaban el suelo sino que a muy corta distancia del mismo flotaban armoniosamente.

Mey, sin pronunciar palabra, pero invadido por una plenitud y energías inusitadas, se dejó guiar por estos seres hermosos con los que se encaminó por un sendero en el que la tierra hacía destellos de colores y hasta se podía percibir que respiraba cual si tuviera un corazón viviente y de inobviable presencia.

Percibió también que aún su mismo corazón latía de modo diferente.

Así llegaron a un profundo valle entre altas montañas nimbadas de blanco y cuyas faldas ofrecían un espectáculo de riqueza natural increíble plasmado en vertientes cristalinas, melodiosas y árboles de proporciones y frutos gigantescos. Mey se maravilló ante manzanas, naranjas, uvas que resplandecían en sus ramas como exorbitantes pomas de colorido y perfume intensísimos. Supo que junto a sus silenciosos pero plácidos acompañantes, transitaba por el Paraíso. Pero aún no habría de cesar el desfile de maravillas. Caminando llegaron a las puertas de una gran ciudad hecha de cristal y que rodeaban intensas luces blancas. Mey sintió

que su propia sangre se había detenido de emoción; pero siguió la indicación de sus guías que lo invitaban a seguir con ellos en cada momento en que las puertas dejaban paso abriéndose.

El trayecto los llevó por un corredor muy largo de colores blanquecinos que atraviesa distintos salones del mimo color, interrumpido por adornos florales amarillos y pequeños arbustos.

El recorrido terminó junto a las dos hojas de una puerta muy alta que se abrieron ante Mey quien, con paso poco firme por la intensa emoción que lo dominaba, entró en el recinto.

En el fondo un trono de piedras y flores blancas era el asiento de un ser muy joven y hermoso que miraba con intensidad y plenitud.

Por encima del tronco destellaba una luz que prácticamente cegó a Mey. Intentó ponerse de rodillas impresionado por la majestad presente, pero sin que mediasen palabras, algo lo volvió a poner de pie. Mexclo reconoció perfectamente esa luz enceguecedora, era la misma que había desaparecido furtivamente en el cielo cuando comenzaron las revelaciones que le dieron a conocer su destino.

Posiblemente, el muchacho esperaba que ese joven apolíneo y sereno que presidía el recinto desde el trono le hablara. Estaba seguro que se trataba de un ser encumbrado en la jerarquía de la espiritualidad, una suerte de Regidor de ese lugar fantástico.

Pero contrario a sus expectativas, la luz intensa que se cernía sobre el trono, comenzó a girar sobre sí misma al tiempo que se escuchaba una voz. Esto mismo hizo que Mey no se desvaneciera cuando escuchó:

-“Estás finalmente aquí, Príncipe Mexclo, Angel de Luz de la Unión de las Razas y te saludo con gran alegría. Como ves, el Paraíso existe, es una Realidad reservada a los de alma y corazón humildes donde podrán vivir eternamente porque este plano es incompatible con la muerte. Aquí reina la vida eterna que nos da el Supremo Hacedor del Universo quien abre sus puertas a la fe, a la humildad y al Amor Universal. A este Paraíso Real se ingresa desde el interior de cada ser para acceder finalmente a su plenitud desde lo más íntimo de cada uno. Por eso yo te digo Príncipe Mexclo, que estás aquí donde se ha grabado, visto y oído cuanto has hecho en tu misión, pero no está terminada. Deberás volver al mundo de la superficie, al mundo corrupto, perverso y destructivo del hombre para seguir con tu misión de guiarlos a un futuro que está muy próximo. Esta no es la única ciudad que existe, hay otras también en el planeta y ya conocidas por los que gozan de pureza de corazón y alma.

Así yo, en nombre del Supremo, Dios Universal y de todas las Dominaciones, te hago Príncipe Mexclo, Luz de la Unión de las Razas Humanas como signo de nobleza por causa tan grande y justa te deseo todo el éxito y el fervor en tu misión.-“

Dicho esto, Mey regresó a la orilla del mar donde aún lo esperaba su embarcación. Con ella, llegó a distintas tierras donde pudo y supo transmitir cuanto había visto, oído y aprendido para llegar al Paraíso que todo hombre anhela.

También enseñaba aquella canción del amor a los niños que repetían cada vez que Mey aparecía:

clip_image042 “Cantemos, cantemos

esta canción de Amor

aquí estamos unidos

por nuestro Corazón.

clip_image043 Sólo sabemos esto

clip_image044clip_image045 Jugar y amar

clip_image046clip_image047 Porque para amarnos

nos creo el Señor.

clip_image048 Amémonos, entonces

hasta más no poder.

Vengan todos los niños

clip_image049clip_image050 todos, de cualquier edad

y unamos las fuerzas

del sol interior

Cantemos, cantemos

Esta canción de Amor

vengan todos los niños

todos, de cualquier color.

Sólo sabemos esto

Jugar y amar

Y que los hombre malos

Ya no lo sean más.

Vengan todos los niños

todos, de cualquier edad. “

Con el pasar de los años, Mexclo se disolvió aparentemente en la historia y no se volvió a escuchar de él. Aún así, se supo que en Arreit, un país lejano, había nacido un niño con características muy particulares, aunque aparentemente normal.

El mito y la necesidad de la unión de las razas es todavía vigente en la tierra (¿Arriet?).

El Kikmongivi o último portador de la Tabla Sagrada de los Hopi, David Mongyne nos esperaba en la puerta de su casa.

Estaba sentado, mirando hacia el cielo cuando llegamos.

Inusitadamente, Aldana, prácticamente saltó del auto y fue donde estaba el anciano indio que descendió su mirada para sonreírle con serena ternura.

-¡Aldana! –alcanzó a gritar Rita temiendo una de las ocurrentes salidas de nuestra hijita, pero David hizo un gesto con la mano como para que nos despreocupásemos. Entonces nos acercamos y con un respeto mixto entre la veneración y el temor a hacer algo indebido, lo saludamos.

David, sin ponerse de pié (supuse que su edad se lo impedía) nos tendió la mano con generosidad mientras nos invitaba a sentarnos. En ese momento, un muchachito que parecía haber estado esperando que

llegásemos, salió de la casa con un objeto envuelto en un estuche de cuero que ostentaba extraños dibujos pintados.

Sus ojos profundos, de mirada hermosa, se fijaron en los míos casi sin poder renunciar a esa actitud. Sentí que una voz muy nítida dijo en mi interior: “Finalmente me encontraste” luego, volví a mirar al niño y me sonrió amplia, dulcemente.

Mientras el anciano Hopi recibía la Tabla de manos del chico, Aldana interrumpió la escena diciendo:

-Miren, miren allá, en el cielo, hay una estrella azul.-

clip_image051 clip_image052clip_image011[1]

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Bajo las ramas de este nuevo árbol vienen y crecen; Sus voces se multiplican en millones. Y comparten frutos por igual. Son las fuerzas del todo, de Dios. No importan ya credos ni ideologías, están unidos

La conciencia de cada uno será juez de sus actos

Y sólo se salvarán aquellos que conserven el alma de un niño.

clip_image055

“Soy el Representante de los Niños del Mundo “

Soy un Niño; mi nombre es “ Mexcló “

Vengo a Unir los Corazones de los Hombres. Soy Mexcló

El Mensaje que traigo es: Amor, Igualdad, sin importar credos e ideólogias.

Todos somos iguales: “Hermanos de la Raza Humana”

Comencemos a reunirnos: “En las escuelas, las plazas, los hogares, los jardínes y las calles.

Todos juntos; somos más; nosotros los niños, debemos enseñar a esta Humanidad.

Con nuestros dibujos y canciones, con nuestras danzas y bailes y nuestros cantos y hablando; y sonriendo; haremos llegar. El mensaje: De Amor y Unidad.

No más guerras y odios, ni Hambre, ni maltratos, ni soledad, ni fronteras; que nos puedan separar.

Todos, todos juntos los niños y con Mexcló; somos más fuertes, somos más; así el Mundo va a cambiar

Terremotos, Huracanes, inundaciones; hambre y guerra; nos hace llorar. Nosotros los niños, sólo queremos Jugar y Amar.

Por eso cantemos esta canción de Amor:

“Cantemos, cantemos

Esta canción de Amor

Aquí estamos unidos

Por nuestro Corazón.

Sólo sabemos esto

Jugar y amar

Porque para amarnos

Nos creó el Señor.

Amémonos, entonces

Hasta más no poder.

Vengan todos los niños

Todos, de cualquier edad

Y unamos las fuerzas

Del sol interior

Cantemos, cantemos

Esta canción de Amor

Vengan todos los niños

Todos, de cualquier color.

Sólo sabemos esto

Jugar y Amar

Y que los hombres malos

Ya no lo sean más.

Vengan todos los niños

Todos, de cualquier edad “

“Porque hay un niño en cada hombre y mujer”

“Bajo las ramas de este nuevo árbol vienen y crecen;

Sus voces se multiplican en millones,

Alimentan sus espíritus

Y comparten frutos por igual.

Son las fuerzas del Todo, de Dios.

No importan ya credos ni ideologías, están unidos

La consciencia de cada uno será el Juez de sus Actos

Y sólo se salvarán aquellos que conserven el Alma de un Niño.

“El Amor es el Único Medio”

Proyecto: “ Mexcló, Mensajero Universal”

Ideado por: Miguel Angel Brandoni

Año 1979, Rosario de Santa Fe, Argentina

Se terminó de imprimir el 25 de noviembre de 1999 en la EDITORIAL CIUDAD GÓTICA - San Martín 453- 5 Piso – “D” 2000 Rosario Argentina

ISBN Nro 987-9389-09-3

Autor Miguel Brandoni

1999 by Editorial Ciudad Gótica

San Martín 453. 5 piso. D – tel 0341-4400681- 2000 Rosario REPUBLICA ARGENTINA

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723

Impreso en Argentina- Printed in Argentina

Primera edición

Noviembre 1999

Diseño e impresión CIUDAD GÓTICA

Tapa: Imprenta La Familia- Ocampo 1812- 2000 Rosario

Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio visual, gráfico o sonoro sin la expresa autorización del editor y/o autor

O BJETIVO

REUNIENDO A LOS

+ 144.000

UNIRSE A: Email: miguelbrandoni@yahoo.com.ar

ENVIAR A TODOS LOS FOROS

Y

MENSAJES AL MUNDO

“MEXCLO: “MENSAJERO UNIVERSAL”

“POR LA UNIDAD DE LAS RAZAS”

“EL AMOR ES EL UNICO MEDIO”

http://escribeya.com/Poemas/mexclo-mensajero-universal-24663

Este material es para aquellas personas, que acepten el desafío de enviar al mundo; a MEXCLO. Sea cual fuere el medio que utilicen para divulgarlo. Con la única y exclusiva finalidad de hacer algo positivo por esta caótica humanidad. Crear todo tipo de cadenas y enlaces.

Este texto trata la llegada al planeta tierra, de un ser que tiene tres colores en la piel: blanco, negro, amarillo. Recibido por un hombre unidad llamado Miguel Brandoni, año 1979 Rosario, Argentina.

El motivo por el cual se envía a Mexclo, es que se debe transmitir este mensaje a toda la humanidad, ya que es de suma importancia para la vida del planeta tierra. En el año 1979 fue transmitido este mensaje de MEXCLO, y se instruyó sobre la importancia de unir a las razas.

Como verán, tiene gran similitud con las Tablas Sagradas de los indios hopi de Norteamérica; (ver información por internet) MEXCLO es el hermano del este que esperan los hopi de norteamérica.

“MEXCLO, es una entidad verdadera, y envía su mensaje a la humanidad, fue diseñado como un personaje de ficción; con características de novela, para ser presentado ante la sociedad. Mas su principal objetivo es promocionar la unidad de razas”

La finalidad primordial de este proyecto es que Mexclo; se expanda a editoriales, productoras cinematográficas, radio, televisión, diarios y revistas de todo el mundo. Recurrir a todos los medios posibles y a personas que puedan interesarse en este proyecto.

Internet es una buena herramienta. También contactarse con los indios hopi, sus jefes, su gente, ellos ya conocen la ley que está en las Tablas Sagradas, y de su hermano del este.

De esta manera se generará la concentración de personas en todo el mundo, de distintas ideologías y culturas, y se buscará el punto de unión entre las razas, en la propia conciencia.

El planeta esta en juego, el futuro de nuestros niños, Mexclo es el Guía, es la voz que clama, paz y amor, él es un niño también. Como lo son también los que son puros de corazón, los que aman a la naturaleza, y la vida sobre la tierra.

Ayudar a sus semejantes; y cubrir las necesidades humanas, a través de la unidad de razas.

El dinero es un medio alternativo en determinados aspectos para realizar esta tarea de humanización, pero no lo primordial, más importante es el amor, lo que uno da sin pedir nada a cambio.

Ojalá no pase mucho tiempo, para que comprendan el significado de la entidad Mexclo, del objetivo real.

Su procedencia surge de profecías milenarias, nacida de las raíces mas profundas del pensamiento Universal.

“Hace miles de años atrás, había una guerra en el cosmos entre planetas.

Los sabios se reunieron tratando de encontrar alguna solución e implantaron en la tierra, genes de distintos mundos: seres, plantas y animales, fueron traídos para tal experimento. El resultado final esperado sería; la unificación de los seres traídos al planeta tierra y vueltos a llevar a sus mundos originales, para lograr la unificación del Universo.

El plan continuaba a través de los siglos. Muchas civilizaciones fracasaron y tuvieron que ser destruidas, y otras comenzaron con nuevos implantes y combinaciones”

“Las guerras seguían entre los seres de la tierra. Fueron instruidas distintas civilizaciones para lograr la unidad Universal. Egipcios, Mayas, Aztecas, Incas, Hopi de Norteamérica, Comechingones de Argentina, y otras más. La relación que existía y unía a éstas culturas; era el sol, la cruz y la serpiente. Y el rito llevado a cabo y que actualmente algunas de ellas; sigue vigente; es el llamado del hermano del este; él que traería la paz y la unidad en la tierra”

Los indios hopi de Norteamérica, están esperando al hermano del este. Mientras tanto ellos preservan su tierra, en el estado natural y costumbres milenarias. Son los hermanos del oeste.

Mexclo, nace en 1979, ser que tiene tres colores en la piel, blanco, negro amarillo; representando a las razas. Vino al planeta tierra a traer la unidad de razas. Es un mensajero de la recapacitación y restauración de la idea original y llevada a cabo, por La Confederación Intergaláctica. MEXCLO; el conocimiento, fue transmitido a un hombre unidad; de la tierra, y éste lo manifestó, ignorando la existencia, de los indios hopi y sus Tablas Sagradas.

A tal efecto, sólo fue un canal de tal interpretación cósmica. Ya que fue concebido hace miles de años atrás por la Confederación Intergaláctica.

Los indios hopi, como tales otros, lo sabían, y aunque los ritos de ellos eran secretos, el hombre unidad recibió los conocimientos necesarios para crear a este ser MEXCLO, un ente espiritual de gran fuerza, poseedor de un Alma Universal, con capacidad de introducirse en la conciencia colectiva; es más, actuando, en el alma del niño; que todos llevan dentro.

Partiendo de un plan ya preestablecido en el cosmos. La segunda venida del Cristo; es el Juez propio de la consciencia, y sólo se salvarán, los que conserven el alma de un niño.

Para explicar con mas detalles: “El alma humana, tiene la forma de un reloj de arena, parte de la altura de la base del cuello, hasta la altura del bajo vientre. A su vez el alma, gira y vibra, y posee tres campos energéticos unidos por retenes; un campo eléctrico, un campo magnético y un campo gravitacional, los que se verán gradualmente aumentados por la aproximación del cinturón fotónico, uno de los retenes que sostiene dos galaxias; que a su vez gira y vibra a gran velocidad; y el alma que está en sintonía con estas energías se vería afectada por ese caudal enorme de fuerzas, corriendo grave riesgo de enfermar y desintegrarse, si estuviera dividida el alma. Los hermanos del cosmos lo saben.

La debilidad humana: egoísmo, ambición, odio u otras formas de expresión; fomentadas en exceso, serían suficiente causa para que la parte fina de la cintura del alma, o sea la parte media de la forma de embudo (del ejemplo del reloj de arena), se separe, y divida en dos partes y se anule el alma humana, produciendo, distintas enfermedades que conducirían a la muerte.

Por eso la importancia de recuperar al niño que todos llevan dentro. De recuperar el alma; y así regresar a las fuentes naturales, la que siguen conservando los hopi, que trae MEXCLO.

Por eso hermanos, MEXCLO debe ser traducido en todas las lenguas y transmitido por todos los medios existentes.

“MEXCLO ES UNA HISTORIA VIVA Y ESTÁ EN ACCIÓN, DEPENDE DE USTEDES EL RESTO”

“MEXCLO, NO ES NINGUNA RELIGIÓN, NI LA CREACIÓN DE UNA NUEVA, NI PERTENECE A LA EXCLUSIVIDAD DE UNA RELIGIÓN. PERTENECE A TODOS”

“CADA SER HUMANO TIENE SU CULTURA, SUS CREENCIAS, SU RELIGIÓN PREESTABLECIDA” Y DEBE SER RESPETADA”

“MEXCLO ES SOLO UN MENSAJERO DE PAZ Y UNIDAD”

MEXCLO, es parte ya de la vida. Es algo que nació en el corazón y alma.

. Después de 20 años, se logró editar 500 libros, y con grandes esfuerzos, fueron distribuidos en bibliotecas y centros culturales del país Argentina.

Hace poco se lanzó el Proyecto MEXCLO, por internet, esperando alguna respuesta.

MEXCLO, vive, y tenemos esperanzas que la humanidad lo hará vivir en su Corazón.

Los mensajes dados a hombres unidad: Egipcios, Mayas Aztecas, Incas, Hopis de Norteamérica y Comechingones de Argentina. Manifiestan el contacto que tenían con seres de otras dimensiones y tienen actualmente, los indios hopi. Que hablan de entidades benefactoras, y que esperan su regreso. Vital proceso en el pasado para un futuro preparado; hoy presente de estas entidades; Mexclo; es una de ellas.

La mitología hopi dice: "La mujer araña tenía dos nietos que eran hermanos. Uno se fue al oeste, y el otro al este. El hermano del oeste, era el encargado de preservar la tierra y sus costumbres naturales, hasta la llegada del hermano del este, los hermanos del oeste, son los indios hopi, que están esperando al hermano del este, que será el encargado de decirle a la humanidad, que todos somos hermanos, que deben unirse.

El hermano del este tiene dos ayudantes, una es mujer y tiene una cruz svástica, el otro es hombre y lleva un sol. Si fracasa la misión, y no es escuchado por la humanidad. Comenzaría una guerra nuclear, que empezará en la india; país que recibió la primera sabiduría espiritual, abarcando además; África, Palestina, china, Egipto; y en la cual intervendría Estados Unidos, y sería destruido. Y solamente la reserva de los hopi se salvaría" Amén

Qöchongyoma se sentó junto a Mynongva y nada se le ocurrió decirle de la tabla que había llevado consigo para su última ceremonia.

Kachina Saquasohuh – balbuceó sólo para sus labios mientras miraba la estrella azul del crepúsculo. Luego, se volvió a su hijo y ambos se sentaron sobre la dulce ondulación de la colina que los tallaba en su cresta, como una ofrenda a Wakan Tanka, Mynongva recibió la tabla del patriarca, pero no se atrevió a interrogarlo. Su padre moría en ese instante, estaba entregando los retazos de su espíritu y nada le pareció más justo y oportuno que silenciar su dolor y acallar cualquier pregunta.

Si la tabla provenía de Pala Tmaki, era uno más (o quizá el más importante) de los misterios que morirían con Qöchongyoma. El anciano sólo pudo curvar sus dedos sobre la tabla y rozándola en un lugar preciso volvió a decir – “Estrella Azul”

Nunca había sido un hombre de grandes discursos ni de precisas referencias a los orígenes del clan Patki entre los Hopi, por lo que quienes lo habían seguido, se refugiaron en el mismo hermetismo como muestra de absoluta sumisión y para delegar en el silencio lo que más duele de la memoria.

Aun así, todos sabían que padre e hijo habían subido a la colina para que Wakan Tanka recibiera al más viejo en el momento de entregar su vida y la tabla.

Todos igualmente aguardaban- sin lágrimas y sin palabras- ver que la hermosa talla de Mynongva se curvara de dolor ante el exánime cuerpecito de su padre.

El último viento del crepúsculo, sin demasiado esfuerzo, se llevó el alma de Qöchongma y con ella su origen sumergido en el misterio de lo que se oculta deliberadamente.

Las luces se quebraron en el horizonte y sin mirar a su padre, el joven indio comprendió que acababa de morir, por eso levantó ese sagrario de huesos roídos por los años y la sabiduría y exclamó el nombre del Creador: Wakan Tanka.

Con el sol se había ido y con Kachina Saquasohuh (la estrella Azul) se quedaba para siempre.

La tabla aguardaba a sus pies para comenzar a trepar por su espíritu hasta hacer de él un hombre sabio y sagrado entre los Hopi de Oraibi. Era el último año de lo que en Oriente se llamó siglo catorce. Cuando cruzamos el límite de la reserva Hopi, alcancé a leer desde el auto “Esta entrando en la reserva Hopi. Su entrada implica que se encuentra bajo la jurisdicción de la tribu Hopi y de sus tribunales” . Un territorio de aproximadamente 10.000 Km2 comprendido parcialmente en los estados de Arizona, Nuevo México, Colorado y Utah, nos recibía con esas palabras que, sin ser descorteses, nos imponían una prudencia que pocas veces tenemos en cuenta los blancos respecto de culturas no occidentales u oficialmente reputadas como civilizaciones.

No conseguimos una sola mirada de los indígenas; con fastidio comprobé que cuando más pronunciaba mi insistencia en sus ojos, estos ya habían hallado cualquier otra dirección que no fuera el encuentro.

Traté de respirar profundamente para llenar mis pulmones de aire y misterio al mismo tiempo; también de coraje, porque en esos rostros tallados sobre piedra oscura y rugosa, presentía tanta molestia como interés había en mi- en nosotros- en comunicarse.

Eran los últimos días de marzo de 1997 y las últimas horas de luz de ese día, por eso cuando detuve el auto miré hacia el cielo tratando de ver la Estrella Azul, pero me avergoncé en el mismo momento de mi osadía, aún más, de mi ignorancia. Yo sólo sabía lo que había podido leer en algunas revistas especializadas y temía otras referencias personales que estaban sólo en condiciones de ser sometidas a verificaciones.

Entre ellos y yo, aún dentro de su territorio, se abría un océano de seis siglos y de historias paralelas y como tal irreconocibles en un punto de convergencia. Yo estaba forzando un encuentro, un diálogo, un conocimiento y en un momento pensé que si no fuera por lo que concebía una verdadera misión, nada tenía que hacer allí, entre esos cadáveres oscuros que se movían sin acusar mi presencia de ningún modo. David Monongye, el Kikmongiwi o último portador de la Tabla Sagrada me estaba esperando, eso era cierto, verdadero, por eso con Marisol y nuestra hijita Aldana habíamos viajado desde Argentina. Todo me justificaba y nada también.

La autopromesa de escribir todo lo que había ocurrido desde aquel lejano junio de 1979 en la pequeña ciudad de Pérez, se acercaba a ser cada vez una realidad verificada. Ya vería yo cómo me las iba a arreglar para que el mensaje llegase al mundo. Debo aclarar al lector que los hechos aquí consignados son reales sólo en parte, pero el contenido esencial es totalmente cierto. Mi vida no encontraría paz si no lo hiciese y la literatura me brinda el modo más mágico para ofrecer a la luz lo que injustamente yace en las sombras desde hace tantos siglos por obra de una historia de la que no deseo sentirme responsable si da la espalda a lo que otros hombres desearon e hicieron por la paz del mundo.

Está precisamente en el lector desentrañar de este texto el mensaje que viene desde lejos en el tiempo y el espacio: el simbolismo, la metáfora, las voces oníricas, los hechos silenciados en la prepotencia del conquistador de turno, todo se ensambla para que finalmente esa Tabla Sagrada llegue a todos ya sin importarnos su origen tanto como su destino.

Mientras descendía de la colina, el hijo de Qöchongma pensó exactamente lo mismo porque delante de sí veía extenderse ese mar de ojos brillantes en la noche que se encendían con el espíritu Hopi ante el dolor de la muerte y la esperanza de la revelación.

El flamante jefe danzó solo alrededor de la Tabla Sagrada hasta que nuevamente el sol volvió a interrumpir rojo y majestuoso en le horizonte. Wakan Tanka había respondido y la Estrella Azul se apagó en el cielo.

Solamente un pueblo materializado piensa en refugios. Los que tienen la paz en sus corazones poseen ya el mejor refugio de la vida. Aquellos que no participan en la división ideológica del mundo están preparados para comenzar la vida en otro mundo, uniendo a las razas negra, blanca, roja o amarilla. Son todos hermanos. La guerra estallará como un conflicto espiritual contra los medios materiales. Los intereses materiales serán sustituidos por otros espirituales que perdurarán para crear un nuevo mundo y un país con un solo poder: el del Creador.”

En junio de1979 estaba ocasionalmente en Pérez cuidando una casa de campo, si bien mi trabajo rutinario en ese momento era el de conductor de transporte urbano de pasajeros. Mi familia ya se había retirado a dormir, era una noche muy fría de aquel invierno, pero yo decidí no unirme a ellos porque sentía una extraña inquietud que me hubiese impedido conciliar el sueño

Hacía ya un tiempo había comenzado a frecuentar las reuniones de una Escuela Moral Y Filosófica, justamente en busca de la paz que necesitaba. Pero nada era suficiente, mi espíritu se debatía entre extrañas sensaciones que -intuía- tarde o temprano iban a desembocar en algún hecho o fenómeno del cual no conocía su naturaleza o sentido.

Un tropel de emociones comenzó a golpear desde mi ser más íntimo y profundo. El silencio establecido por la hora y el sueño de los demás, estaba a punto de quebrarse si no abría las compuertas de mis sensaciones mal contenidas en mí.

Sin ser un experto dibujante, ni un eximio escritor, sabía que sólo la representación gráfica y la narración iban a poder plasmar lo que me ocurría. Debía intentar ambas con más fe en mi claridad que en mi destreza.

Busqué con qué escribir y dibujar y ya frente al papel, ,e abandoné a lo que otros llaman inspiración y yo, más humildemente, acuerdo en llamar dictado.

Los trazos comenzaron a sucederse generando una danza sobre el papel, al tiempo que daban forma a un dibujo de características humanas. Era decididamente un ser humano, un niño de cabeza desproporcionada y……… grandes ojos rasgados, achinados, que presidían un rostro completado con diminutas orejas, nariz pequeña y respingada y una boca de brevísimos rasgos. Su cuerpo era estilizado, de importante y fino cuello, con brazos largos que remataban en manos pequeñas.

Casi inconsciente, dejé el dibujo y fui en busca de colores que había en las cartucheras de mis hijos. Cuando regresé, comencé a darle color a ese cuerpo y extrañamente lo pinté de negro, blanco y amarillo. Era algo así como una síntesis casi perfecta de las tres razas. Supe- se- que yo no había decidido nada, todo había transcurrido en mi sin más propósito que el de llevar a la forma concreta lo que había abstraído en algún momento.

Terminado el dibujo, me maravillé, lo admiré y decidí ponerle un nombre, pero antes, debía coordinar en una narración de la historia que lo erigía en protagonista de un hecho universal. Esa historia es la que motiva cada letra escrita aquí, esa narración es la que llevo conmigo como si el futuro la hubiese inoculado en mi espíritu con la exactitud que no pude- en aquel frío junio de 1979- dejar de escribirla. El nombre del personaje surgió de voces que se armonizaban en una sola para producir el sonido Mexclo ¿Era realmente así? Casi podría asegurarlo, pero no importaba demasiado la nominación cuanto sí la misión que cumplía en el mundo.

Al día siguiente y sin perder tiempo, me dirigí con el dibujo y la narración a la sede de la Escuela Moral y Filosófica Misión del Amor. Azorado, pedí hablar con el maestro para hacerle presente la causa de mi visita. En mi conversación me entero por el relato del maestro, que la misma noche anterior había convocado en la escuela a quienes pidieron precisamente por la unión de las razas. Todo me resultaba casi increíble pero no absurdo ya que las coincidencias eran demasiadas y ponían al hecho en la jerarquía de fenómeno. Hurgué dentro de mí y no podía comprender con exactitud lo ocurrido. Fuerzas, tal vez de carácter sobrenatural, confluían en mi para canalizar su mensaje.

También me sentí solo, absolutamente solo, con ese mensaje en mis manos y a expensas de una revelación que debía descifrar. Yo también como en Oraibi el joven Mynongva, bajaba de la colina con la Tabla de la profesia. Esto sucedía más de cinco siglos después y en otro lugar, pero la sensación era la misma, también la responsabilidad y el celo que debía imprimirle.

Compaginé la narración de Mexclo intercalándole los dibujos y mientras estaba terminando el diseño final, una gota de témpera blanca cayó sobre el fondo negro formando una suerte de antorcha sobre el papel. Reconozco que en ese momento me estremeció, luego supe por qué.

Así compuesto, entregué el original a la Sra. Madu Yess, Directora Espiritual que en ese momento visitaba Rosario después de 5 años y que reside habitualmente en Buenos Aires.

Mi vida iba a concluir en ese instante para volver a nacer sin que la muerte separase las dos existencias. Ya no sería más, nunca más Miguel Brandoni el que llegó hasta Pérez con su familia para cuidar una casa de campo, el conductor de colectivos, el hombre que lucha en la vida por vivir para procurar su felicidad y la de los seres queridos. No, alguien había querido cambiar esa existencia de modo irresistible que no puede sustraerme; por otro lado, no hubiese querido permanecer ajeno o indiferente a semejante convocatoria.

Miguel Brandoni, como aquel indio Hopi, había sido elegido y aún quedaba todo por hacer. Que el mensaje estuviese encarcelado en letras y dibujos como las profecías de la Tabla Sagrada no daba término a ningún destino, por el contrario, abría los surcos de un sendero desconocido, pero hacia una meta precisa. Una meta tan valiosa como la Paz en el Mundo, la unión de todos los hombres ¿quién se hubiese negado? ¿Quién no hubiese muerto para sí mismo negándose?

Supe al poco tiempo, que el 5 de marzo de aquel 1979, miles de habitantes de las islas Canarias habían observado en el cielo un fenómeno inusitado: un objeto extraño con forma de antorcha que fue fotografiado por Guillermo N. Lijtmaer

Lo vi en la foto, era igual a la mancha de témpera blanca.

Kalahari, Africa: Una nave con seres cuyas características eran similares a las de Mexclo, es capturada por fuerzas norteamericanas. En Rusia el pequeño Volodia Sartshev se contacta con extraterrestres. Al encuentro de Voronej le siguen otros que incluyen abducción de dos mujeres y una niña en Kiev.

También en Rusia, Veronej, el 27 de septiembre de 1989 un grupo de niños que jugaban en un plaza, toman contacto con dos seres extraños que provienen de una esfera roja. Uno es pequeño, semejante a un robot, el otro mide casi tres metros y por unos segundos hace desaparecer a uno de los niños; luego regresan a la esfera para partir velozmente, dejando una inobviable huella radioactiva en el lugar.

No puedo dejar de registrar estos hechos, todo ha cambiado en mi; aún mismo, en mi vida privada. Mexclo es alguien más que se ahiere a mi existencia desde su mítica gestación. Yo sé que él está, que existe más allá de los dibujos que intentan representarlo. Sé que no puedo probar nada, pero todo me convoca a reafirmar mis convicciones. Mexclo se ha filtrado en mi corazón como una necesidad de vida y mi mente como una necesidad de acción.

La prensa y las revistas especializadas siguen cercándome con sus informaciones. Algunas son muy vagas, quizá deliberadamente desdibujadas, otras como la Revista Año Cero de origen español, ofrecen un marco de mayor rigor científico. A partir de ellas tomo contacto con la enigmática Tabla de las profecías de los indios Hopi, cuya traducción es Paz. Las leo, su sabiduría me embelesa, su poesía me invade con un canto de sirenas.

Estos hombres- los Hopi-, aparentemente rústicos y hoscos, guardan verdaderas claves de la lectura histórica y del devenir de los tiempos. No hay dudas de que nuestra civilización violenta le ha dado la espalda a soluciones pacíficas para resolver los conflictos de la familia humana. Un espantoso mosaico de colores arbitrariamente jerarquizados desde el blanco al negro, preside los holocaustos, justifica todo atropello, sacraliza crímenes y masifica convicciones con su fuerza brutal.

Leo una de las profecías de los Hopi que reza textualmente: “ Cuando la estupidez haya alacanzado su cima, retornará una gran sabiduría que provendrá del Este. Si el hombre la escucha se producirá una transformación consciente y un renacimiento de la humanidad. Si no, llegará el final de la vida “.

Observo el Oriente de la historia y no es difícil concluir en que las grandes voces han venido siempre desde allí. Las religiones por revelación divina y la sabiduría budista se enlazan en un nudo que sujeta filosófica y trascendentalmente un destino de Paz para la humanidad.

Aún así, no han sido eficaces en sus alcances porque la naturaleza íntima del hombre parece rechazar ese destino y urde en los pliegues de la historia las innumerables causas de más guerras y de mayores males.

Mexclo me observa con sus ojitos oblicuos y me indaga sobre esa prisión donde lo he dejado que creciese desde aquel junio de 1979. No podré explicarme jamás por qué llegó hasta mi ni qué pretende de este ser que me tocó ser. Por momentos me desaniman las escasas posibilidades de investigaciones más profundas y de llevar a la luz lo que siento que Mexclo me exige. Por otro lado, una fuerza indeclinable impide que me desaliente totalmente y conservo la fe en que de un modo u otro voy a ser capaz de infundir a este dibujo la vida que me reclama. Sé perfectamente la historia que debo narrar y también el método para hacerlo.

Mexclo es un niño, simplemente el niño, en el que todos pensamos en términos de futuro. ¿ Pero cuál?

La línea del futuro previsible se debilita en su proyección por las pocas fuerzas que le llegan del pasado. La línea del tiempo es una semirrecta de sangre, una herida abierta, un cauce de injusticias que fueron acumulando un material monstruoso y temible sobre el que caminamos todos los días hacia el futuro.

¿ Dónde vivirán los niños? ¿ Dónde pondré a Mexclo a salvo?

Su rostro de varios colores, como tantas razas existen, me interroga, me cerca, me exige que cuente su historia. Pero tal vez no entienda que no es simple, que la fe ha cedido paso a los logros inmediatos que a su vez generan otras ambiciones igualmente vacías y caras. Y él no es ni siquiera un niño, es un dibujo, un mensaje, un arquetipo, un símbolo, una metáfora, una historia que aún debe contarse, que debo contarla yo, porque él me la exige, porque yo la creo, para vivir en paz.

Haber nacido para enfrentar, para vivir la afrenta, para no vivir, pero haber nacido ya es todo un hecho, como ser niño en un mundo de maldad.

Haber nacido de hombres malos y ser buenos y no desear crecer es ser niños, para siempre niños para mejorar el mundo.

Poder perdurar como niños, era un desafío que ponía del otro lado al hombre, al abandono, al abuso, a la guerra. Y era enfrentar, todo eso y aún más, con las solas armas del amor inocente e inconsciente que a pesar del mal trato subsistía, resistente, incólume en la lucha en la que ocasionalmente encontraba la alianza de un anciano.

La vida y la muerte parecían la misma cara de cualquiera sobre el espejo, sólo la separación virtual que impone el tiempo entre vivos y muertos surcaba un abismo. Los vivos que viven para morir y los muertos que viven en una dimensión desconocida no deja de ser un umbral poco feliz de cualquier reflexión existencial, pero se vive así y aún peor cuando se es consciente de esto desde niño.

Ser niño y hombre a la vez es como existir en dos realidades a travéz de un mismo cuerpo: ser niño desde la ingenuidad y la ternura y ser hombre desde la debilidad y el destino obligado. Todo niño es consciente de su humanidad y en cada uno hay un recóndito temor a seguir incorporándose al mundo que le presentan y le cargan sobre las espaldas porque sí, porque para algo nació. ¿ Pero cómo? ¿ Cuál es el aprendizaje que se puede hacer en el aula de odio con maestros para nada ejemplares y en medio del dolor y el desconcierto?

La supervivencia suele entrar por el umbral de la rebelión y si bien no es pensable una revolución de niños ciegos cuando miran hacia el futuro, una historia puede ser pensada como pasada y deliberadamente convertida en silencio y también como una historia que puede ocurrir en cualquier momento del futuro.

Cuando de los abismos del tiempo, aún el más remoto, se desenvaina una historia verdadera, es siempre un acto nuevo, una noticia fresca. Cuando en el futuro germinan historias, las raíces están en el presente o en el pasado por lo que nuestros niños se revelarían ante la consciencia de ser hombres inexorablemente malos si su infancia es dolorosa hoy. Esta historia existe en algún lugar del tiempo y en mi que soy tiempo, circunstancia e historia acumulada en un niño.

Escribí, esta historia existe, por eso la estás leyendo y quizá vos también seas un protagonista más.

Uno de los que se reunieron en la vieja plaza Libertad.

Cualquier ciudad del mundo tiene una plaza que directa o indirectamente se llama Libertad. Es una expresión casi obligada de homenaje a lo que nos resulta más difícil conquistar para sí mismo y respetar en los demás.

Libertad es una plaza también, en el centro mismo del mundo que convocó Aquel Día a los Niños del Mundo. Todo debía ser hecho a espaldas de los mayores por lo que no debería haber movilizaciones en masa sino un encuentro por medio de niños, tres, representaban a los demás, a todos, un niño amarillo, uno blanco y una niña negra. Tres

colores que la historia se empeñaba en diferenciar a partir de teorías absurdas con respecto a la superioridad de una y a la inferioridad de otras.

En definitiva no eran más que colores, pigmentaciones, algo tan simple como útil; ser distinto, para crear, cimentar y justificar un pasado que avergüenza a la familia humana. Pero esta vez fue diferente, nada iba a poder detenerlos y el objetivo iba a cumplirse inexorablemente, como un rito obligado.

Niños que desaparecían sin que preguntase por ellos, había muchos, increíblemente cuantiosos en todos los países del mundo. No todos eran ni son encontrados, por la simple razón de que ni en todas las pérdidas o los extravíos se pone el mismo celo en encontrarlos.

Tres niños de distintas razas, se encontraron Aquel Día en la Vieja Paza Libertad.

Aún así antes debieron abandonar su lugar de origen sin más auxilio que la firme voluntad de llegar en tiempo a destino.

Las vicisitudes fueron tantas como las que impone un enorme planeta para pequeños seres. El niño, si bien de inteligencia ágil y de rica imaginación, jamás fue tomado en cuenta como un ser completo, como alguien totalmente capaz. El mundo gira por el momento, como gira, con la pervertida imaginación de los adultos y con su completa capacidad para generar daño y dolor. Nada de lo que deseoso exprese un niño será tomado en cuenta porque la pureza pone siempre en crisis a la deshonestidad.

Por eso mismo, llegar al punto fijado significó ante todo no sólo un desafío de fuerzas sino un triunfo de la voluntad para objetivos superiores.

Consideramos que estos tres niños debieron supera los escollos de trasladarse siempre clandestinamente por geografía diversas, entre pueblos diferentes y a través de distancias desproporcionadas a sus fuerzas. Pero, lo lograron. Y esta historia da fe de que estuvieron Aquel Día en la Plaza Libertad.

El punto y movimiento del encuentro fue sencillamente sublime porque el reconocimiento recíproco que surgió espontáneamente de ells puso su énfasis en un abrazo que los estrechó sin más palabras.

En ese mismo instante todos los niños del mundo sabían lo que estaba ocurriendo en la vieja plaza.

El lugar no tenía en particular signos distintivos de mayor relieve, sólo que de modo inusual, los pájaros no eran huidizos ni temerosos de la presencia de los niños. Bien podría decirse que ellos participaban en forma decidida y alegre de aquel encuentro acompañándolo con sus vuelos y sus trinos como si fueran un elemento más de la arquitectura de la plaza.

“Cantemos, cantemos

esta canción de Amor

aquí estamos unidos

por nuestro Corazón.

Sólo sabemos esto

Jugar y amar

Porque para amarnos

Nos creó el Señor.

Amémonos, entonces

Hasta más no poder.

Vengan todos los niños

Todos, de cualquier edad

Y unamos las fuerzas

Del sol interior

Cantemos, cantemos

Esta canción de Amor

Vengan todos los niños

Todos, de cualquier color.

Sólo sabemos

Jugar y amar

Y que los hombres malos

Ya no lo sean más.

Vengan todos los niños

Todos, de cualquier edad. “

Esta canción comenzó a hacerlos girar en ronda presos de un frenesí de alegría por el logro del encuentro. El día, sus circunstancias, la llegada y el abrazo, parecían enlazarlos sin opción a que terminase el canto y la felicidad que los embargaba. Pero todo iba a cambiar de repente y ante el asombro de los niños. Una sombra desde lo alto, como si se produjese un eclipse, comenzó a cubrir la superficie de la plaza y los ojos embelesados de los niños. También los pájaros dejaron de cantar cuando lo hicieron los niños y el silencio más absoluto cundió en el lugar. La canción que parecía una cadena inextinguible de versos que se enlazaban a travéz de la algarabía, quedó trunca, se estrelló contra la sombra y desapareció en las bocas tensas de los niños. Fue entonces que a la sombra le siguió una luz blanca, intensa, casi como una sólida columna luminosa por la que descendía una voz que con inflexión paternal dijo:

-He oído sus ruegos y he visto sus angustias, pero mis Angeles están siempre asistiéndolos. De todos modos, se ha llegado al fin de sus padecimientos y el orden deberá reinar en esta casa

-luego agregó de modo inconfundible, con voz más grave y expresión firme:

-Dentro de exactamente cuatro años, en el último día de mayo, nacerá quién va a traer al mundo la unión de todas las razas.-

Dicho esto, la luz blanca comenzó a teñirse de todos los colores al tiempo que un agudo silbido y una brisa muy suave remataban el fin del mensaje. En pocos instantes todo se disolvió en el aire y la luminosidad normal regresó a la plaza.

La emoción y la conmoción habían atrapado a los niños que permanecían tomados de las manos, estrechándoselas hasta enrojecerlas; los rostros hacia arriba boquiabiertos, estupefactos.

Eran conscientes de haber presenciado un fenómeno que los marcaría para siempre con la presencia concreta de lo sobrenatural.

El desconcierto se mezclaba con la íntima felicidad de haber estado en presencia de Dios ¿ Quién sino era capaz de escuchar súplicas? ¿Quién podría conceder Gracias? ¿Y quién estaba, si no Dios, en canciones de predecir el devenir de los tiempos con tanta exactitud?

Otra vez como el autor en su momento y como el joven indio Hopi Mynongva en su momento, llegaba a seres humanos un mensaje que insistía en la unidad y la paz entre los hombres.

Otra vez, quién recibía el mensaje quedaba en una extraña situación de desconcierto ante la nitidez de un mensaje que debía verificarse, sí, pero no se sabía cómo.

Los tres niños se separaron para regresar a sus lugares de origen, llevaban consigo el mensaje de quien sólo Dios era autor y responsable. Ellos crecerían pero llevarían siempre en sus almas el impacto que habían recibido. Ahora les tocaba ir de regreso con lo que habían recibido como profecía. Quizá deberían ser los que vuelven después de ver la luz en el ámbito de la alegoría de las cavernas de Platón y quizá hasta podrían correr la misma suerte. Aún adultos, cuando lo fueran, deberían conservar el alma de niño, la de esos niños que tuvieron un contacto directo con el Señor de la Historia. Nada iba a ser no a resultarles como si todo hubiese quedado en ese encuentro feliz en la vieja plaza donde cantaron al amor. Había una fecha, un acontecimiento que esperar: el último día de mayo dentro de cuatro años.

Pero el camino elegido por Dios, parecía - como siempre – desconcertar aún más a medida que transcurría el tiempo hacia la fecha prefijada.

Lejos de preparar un camino de soluciones, todo parecía contradecir cualquier final feliz porque las desgracias de todo tipo se cernieron sobre el mundo provocando cada vez más dolor y desazón.

No sólo se asistía a cataclismos, terremotos, inundaciones devastadoras, ciclones, huracanes y tornados arrasadores, a esto se unían la paz y el desequilibrio totalmente quebrados entre los hombres.

El monstruo de la violencia en todas sus formas reinaba en el corazón de la humanidad y la destrucción centuplicaba sus lenguajes desvastadores para reafirmar su elocuencia y su poder.

Guerras y matanzas habían impuesto su poder omnímodo y el pánico general impedía que se superase el miedo como clima y atmósfera cotidianos. Esto mismo replegaba el espíritu de la gente común y pronto

se vieron presa de egoísmos y mezquindades que generaban el miedo a vivir. Quizá el infierno, su rey y su corte, se habían encaramado en un mundo que se desvanecía en la ciénaga del dolor y del debilitamiento espiritual.

Irónicamente y sin ninguna justicia se dio a conocer como “fenómeno de EL niño” uno de los mayores perjuicios climáticos causados. Todos toleraron y hasta bromeaban sobre el nombre tan poco apropiado para traducir calamidades extraordinarias.

El último día de mayo, a cuatro años de la extraña aparición a los niños, y a pocos metros de la Plaza Libertad en un centro de neonatología nacía un ser muy singular. El parto había sido asistido por una ininterrumpida luz blanca que llegaba de todas partes por donde pudiera filtrarse. Eso denotó aún más las particularidades se su piel. El cuerpo, si bien de proporciones y formas normales, dejaba ver tres colores definidos: negro, amarillo y blanco, repartidos en forma caprichosa, como si se tratase de la paleta de un pintor.

Sin dudas, el pintor existía y había hecho lo suyo, aquel último día de mayo.

Tanto el obstetra como sus asistentes, recibieron en medio de un doloroso desconcierto a la criatura. Aún así, su presentación a los padres era obligada y sin reparar más, tomaron al niño y lo depositaron en brazos de su madre.

El rostro de la mujer quedó si expresión, como si se hubiese súbitamente paralizado. Los ojos y la boca casi desorbitados en un momento de asombro, se cerraron pronto en el silencio y la oscuridad donde se refugian los grandes dolores humanos.

El niño presenciaba – sin participar – la profunda tristeza que abría en sus padres una herida profunda. Pero su ser acabado, su conciencia plena de vida, parecían clamar por una felicidad que no percibía en el entorno.

Las miradas se encontraban huidizas en el cuerpo polícromo del recién nacido y más allá de interrogantes de tipo científico, una densa pesadumbre ganaba el ánimo de todos.

¿Qué sería de ese niño? ¿Quién sería el que sin razón alguna venía a la vida estigmatizado de ese modo? Seguramente algún espíritu proclive a especulaciones esotéricas, hasta habría pensado que acababa de nacer una suerte de ángel encarnado. También creo que todos esos pensamientos atravesaron la mente y el corazón de los que estaban allí, hiriéndolos de alguna manera. Pero la primera en sustraerse a mayores abstracciones fue la madre. Llevó con fuerza y con ternura ese cuerpecito desvalido contra el suyo y como volviéndolo a poner en su carne, lo abrazó con el simple y siempre conmovedor amor de una madre. Ella disolvía de ese modo cualquier otra cuestión que fuera un obstáculo entre madre e hijo. No era el momento de otras consideraciones que no fueran el amor y la felicidad de sentir su propia vida en otro ser. Así llegó realmente Mexclo al mundo, de modo muy diferente a como surgió aquella noche en mi imaginación. Su vida tenía origen en una pareja humana como cualquiera, pero esto lo supe después y justifica este texto que me dispuse a escribir, moralmente obligado.

Mey – así lo llamaron familiarmente -, ingresó a los pocos días a la casa de sus padres que era nada menos que una opulenta residencia urbana rodeada de jardines. Así y todo, no sería por mucho tiempo, ni más ni menos que una jaula de lujo, una cárcel dorada donde el pequeño fue recluído para apartarlo de la malsana curiosidad de la gente.

Todos pensaron que había nacido un niño con graves atrofias y retrasos ya que el silencio más impenetrable sucedió a su ingreso a la casa paterna. Si bien nadie ignoraba que Mey existía, un muro de hiriente piedad detuvo a los que se preguntaban cómo sería el niño y así fue que las versiones sobre sus supuestas malformaciones fueron tantas que todas, sin excepción, dejaron de ser creíbles.

Los padres de Mey llegaron a enterarse sólo de algunas maledicencias, pero no parecieron preocuparse por los comentarios ya que sólo ellos

sabían que más allá de su piel tan particular y una inteligencia que se manifestaba deslumbrante, nada había en Mey que pudiera ser considerado anormal.

Pero como sucede ante los hechos que debemos asumir y que nos resultan de difícil aceptación, Mey se vio recluído en la planta alta de su casa, sofocado por el amor excesivamente celoso y prejuicioso de sus padres. Era el ambiente más propicio también para que deseara la libertad.

Vivía rodeado por un mundo que tenía vedado. Por debajo se abría generoso, colorido, fascinante en sus formas, el jardín de la casa, pero era como otro cielo, no lo conoció en sus primeros años ya que no se le permitía bajar.

Su mirada se extendía ansiosa y ávida sobre el orbe verde con matices de todos los colores, flores, árboles, estanques poblaban ese mundo prohibido que se desplegaba a sus pies sin que llegara a tocarlo. Sólo cuando Mey cumplió siete años, sus padres le permitieron bajar por primera vez al jardín.

Para el niño fue como dar sus pasos por un mundo nuevo.

Aún más, por un mundo que era doblemente ansiado porque no sólo tenía conciencia plena de su existencia sino que conocía – distancias de por medio- hasta sus mínimos detalles.

Posiblemente, y por primera vez, sintió el golpe de la emoción más fuerte desde que era consciente de la vida. Al contacto con aquellas formas de vida redimensionó, quizá exageradamente, su asombro. Los árboles y la hierba, las flores y los insectos con la majestad de su sencillez se ubicaban ostensiblemente en un mundo propio, donde su sola presencia era vital y soberana.

Todo eso era extraño y deslumbrante para un niño cuya existencia llevaba las marcas de una ignominia injusta, de una vergüenza inmerecida y de la que nadie había podido redimirlo sino que por el contrario, los que decían amarlo, se lo habían hecho sentir apartándolo del mundo.

El estanque con los peces se le apareció como una constelación acuática que él podía regir a partir de las migajas de pan que arrojaba al

agua y el vuelo de pájaros y mariposas lo embelesaron de modo tal por su cercanía a ese mundo que hasta pudo pensar que también ellos, como las flores y las plantas pertenecían de modo estable al jardín.

Su primera libertad conquistada sin oposición fue descalzarse, tomar contacto con esa alfombra cosquillante y fresca del césped. Luego, desde las palmas de las manos, descubrió la piel rugosa de los jacarandáes y lejos de sentir algún rechazo por su aspereza, probó una sensación placentera en contacto con los troncos que se levantaban como torreones y guardianes de esa plenitud de vida.

Aún cuando simples, sus conclusiones fueron inteligentes al desembocar unívocamente en la perfección de una mente suprema en belleza y potencia para crear todo eso.

Mey sintió por primera vez el Amor en medio de su jardín, aquella mañana cuando con ya siete años pudo tocar con sus manos la realidad de esa belleza. Pero no fue consciente de que otra realidad se filtraba por su ser silenciosamente, era la pasión por la vida que de un modo muy extraño y singular lo había signado desde su nacimiento. Esa pasión que permanece más allá del deslumbramiento y que lejos de debilitarse, es una llama atizada por el viento, un alud que arrasa y en minutos cambia la fisonomía y la situación de un paisaje que por mucho tiempo había permanecido inalterable.

Cuando desde la casa su madre se asomó para llamarlo, Mey sintió que un sueño muy profundo lo dominaba y no opuso resistencia al regreso. Debía dormir y reponer fuerzas. Debía entregar al sueño el producto de sus emociones y vivirlas de nuevo, mágica y libremente.

Desde la profundidad del sueño, un anciano comenzó a hablar a Mey. Su presencia colmaba la atmósfera onírica de una paz muy especial y la voz fluía clara, firme en sus inflexiones.

-Mexclo, no temas tus propósitos, vas a triunfar porque sos muy bueno y Dios te acompaña especialmente, está junto a vos. Por eso, no temas y seguí siempre adelante.-

Una luz nívea envolvió todo el recinto y sus destellos comenzaron a cubrirlo con reflejos de todos los colores, como si un inusitado arco iris se cerniese en el lugar a través del cual un coro de ángeles dorados, empezó a corporizarse embebidos de luz fulgurante. De entre ellos, surgió una voz que se preanunció con destellos policromos hasta convertir la habitación en una caja de luces vivas y mutables, entonces la voz dijo:

-Viniste a la tierra para traer la unidad entre las razas.

Muchos crímenes se cometen por las diferencias aparentes entre los hombres porque no se toma en cuenta el alma. Tu misión no es simple Mexclo- prosiguió la voz -: por vos, los hombres deberán comprender el verdadero significado de la Unidad entre los pueblos y esto ya fue revelado a otros hombres y escrito en viejas tablas. Quienes no acaten este mensaje, serán destruídos.

Sus propias mentes serán los mecanismos de autodestrucción y sus almas serán muy débiles para salvarse ese último día. No lo olvides Mexclo, esta es tu misión en la tierra.-

Dicho esto, las luces comenzaron a reabsorberse y en ella los ángeles se plegaron como si fuesen cuerpos de contextura sólo luminosa.

El niño despertó sobresaltado y corriendo hacia la ventana, vio que unas luces se fundían en la noche hasta apagarse totalmente.

Sólo atinó a decir, aún muy confundido:

-Entonces, no fue un sueño.-

Su estado de excitación y temor a lo desconocido no lo privó de experimentar una profunda alegría que venía de su ser más íntimo. Podía recordar perfectamente el sueño del que ya en ese momento dudaba que hubiese sido tal, sino más bien un episodio real aunque extraño, sobrenatural, extraordinario totalmente.

También sintió que debía agradecer la experiencia.

Seguramente nadie o muy pocos, habrán sido los elegidos para vivir de ese modo tan intenso y hermoso la comunicación de un mensaje. De todos modos, se habrían ante él la necesidad y la obligación de transmitir la advertencia y, a juzgar por las posibilidades que le brindaban su edad y condición de niño, carecía en el momento de una idea que pudiese

desarrollar en la acción ¿Cómo llevar ese mensaje a todos los hombres? ¿Por qué él? En Oraibi, seis siglos atrás, el hermoso indio Hopi se había preguntado lo mismo con la Tabla entregada por su padre, cuando además, entregó su vida al ocaso sobre el monte.

Quizá el tiempo no había transcurrido y Mexclo fuera la reiteración de una nueva posibilidad de salvación que Dios no se cansaba de exigir en su exhortación sustancial. Mexclo llevaba ahora grabado en su alma el mismo mensaje que Mynongva en las Tablas de las Profecías Hopi con la diferencia que de él se pretendía una misión activa, de algún modo revolucionaria y esa necesidad de comunicar el espíritu de la advertencia recibida, me encontró en aquella fría noche de invierno de 1979, cuando estaba en Pérez, con mi familia, cuidando una casa.

El padre de Mey, se decidió a hablar con el docente que a diario concurría a su casa para la educación del niño.

Las particularidades que caracterizaban a Mey como “un chico diferente” , habían inducido a sus padres, dentro del plan general de aislamiento impuesto, a procurarle una cuidada instrucción con un docente privado y domiciliario al que, con el correr del tiempo y dada la evolución intelectual prevista, se le habrían sumado otros profesores.

De algún modo (de todos modos) Mexclo era la metáfora más acabada de la segregación, pero irónicamente impuesta por quienes estaban convencidos de actuar así por amor. Pero se trataba de un amor en exceso autoritario que despóticamente aislaba al niño del mundo al que –como todos- pertenecía.

Advertido de la presencia en la casa del maestro de Mey, el padre pidió hablar con él antes de que comenzara la clase del día.

-Disculpe que lo interrumpa, profesor, pero necesitaría hablarle – dijo él hombre invitando a tomar asiento a su interlocutor. Luego prosiguió en un tono de voz que comenzó algo opaco y con titubeos iniciales.

-...Es que estoy muy preocupado por Mey... –bajó la cabeza, hizo un profundo silencio como para organizar su discurso y luego volvió su mirada al maestro para decirle:

-Habla solo ¿entiende? Lo escuché hablar solo en su cuarto y no sé qué hacer... Dice, cuando lo interrogamos con mi esposa, que vino a la tierra para unir a las razas, para traer un mensaje de unión entre los hombres... Entiéndame, él ya es un chico diferente y yo... no sé, no sé si con Ud. Habla lo mismo... posiblemente deba hacerlo ver por un especialista...-

En ese punto de la alocución, el maestro se decidió a interrumpirla porque percibió nítidamente la preocupación que pesaba sobre ese hombre.

-Mire, no debe olvidar que a pesar de que como Ud. Dice “es un chico diferente” , Mey es un chico y como todos, dado a las fantasías, al vuelo imaginativo y quién sabe si en esos despliegues tan normales de la imaginación, mas alguna lectura que haya hecho por ahí o algo que ha ya visto y oído, no crea- como niño que es- tener contactos extrasensoriales y hasta con seres extraterrestres- terminó diciendo el maestro en una pretendida enumeración de fantasías posibles de naturaleza pueril.- Luego agregó:

-No creo, discúlpeme, que sea para preocuparse.-

-Sí, sí –repuso el padre- yo también de chico fantaseaba e imaginaba cosas. Pero lo de Mey es diferente, suena a divagaciones por momentos, y por momentos, no: se torna – aunque fabuloso- un discurso coherente e impropio de su edad por la madurez. Imagínese que hacerse cargo y tener conciencia de los conflictos raciales a los siete años, no es común.-

-No, por supuesto –aseveró el maestro.

-Aún más –prosiguió el padre- estuve investigando por mi cuenta, pero no encontré nada que pudiera informarme.-

Dicho esto, se sumió en el silencio y con la mirada apuntando a un lugar fijo, cualquiera. Todo denotaba en él un cúmulo de abstracciones anárquicas y contradictorias que lo ponían a merced de lo más temible para decidir: el miedo y la ignorancia.

El maestro observó respetando el silencio, hasta que se decidió a quebrarlo después de no pocas vacilaciones.

-Mire... yo pienso que también lo más creíble puede ocurrirnos, aún cuando no creamos que va a sucedernos.

Vivimos en tiempos, diría, muy extraños, con muchos fenómenos que se producen sin causas lógicas aparentes. Hay grandes cataclismos, males universales, enfermedades incontrolables que aparecen y diezman poblaciones enteras...no sé, Ud. Lo sabe como yo, porque vivimos en la misma realidad. Hay hasta profecías que anuncian estos tiempos tan extraños ¿Por qué creer en todo eso porque lo verificamos y no creer que podemos formar parte de ese cambio, pero como protagonistas, como colaboradores? –

-Sí, pero...-

-Déjeme terminar, por favor – interrumpió el maestro – yo sé que Ud. Es muy creyente ¿no? Bueno Ud. Mismo nunca se preguntó por qué Mey nació así? ¿No cree que en él de alguna manera hay un mensaje implícito de Dios ya que la ciencia no encuentra explicación lógica? –

-En verdad... bueno, mi esposa supone algo así – admitió el padre de Mey.

-Bueno, pero lo fundamental en esto no es pensar, entender, sino aceptarlo como tal para trabajar a partir de una realidad aceptada. Si Ud. Cree en Dios, cree en su Amor Infinito y su Perfección, tiene que dejar que Él cumpla su voluntad.-

Cuando el maestro estaba terminando de expresarse, la presencia de la madre del niño irrumpió en el diálogo. La mujer preguntó entonces:

-¿Ud. Cree, profesor que somos hijos de Dios y que Él nos crea libres?-

-Sí, así lo creo – afirmó el hombre – pero creo que a pesar de crearnos libres es un gran error interferir en su voluntad.

Mire, prosiguió:

-El mundo, este mundo, le pertenece a Mey tanto como a Ud, a mí y a todos y tiene el derecho de desarrollarse en él como cualquiera. Si él está llamado a cumplir un rol histórico en la humanidad, es imposible obstruir su camino y por otro lado si esa es la voluntad de Dios, hay que aceptarla y creer en ella, creer fervorosamente en que El sólo desea lo mejor, lo más bueno y justo para cada uno de nosotros. Creer significa confiar ciegamente y recuerde aquello tan hermoso que dijo Jesús “felices los que creen sin ver”.-

Al terminar de hablar, el maestro se sintió como sorprendido de su propio discurso. Si bien creía en cada cosa que había dicho, no imaginó poder expresarse así tan elocuentemente sobre el tema que – convengamos- no es corriente. Aún así, la mujer agregó:

-¿Pero por qué, Mey? ¿Por qué él?-

-Porque los odios, la destrucción, el desamor, muchas veces convocan a seres elegidos para reconducir a la humanidad, por ejemplo, por qué no, personas como Mey, distintos, pero no por la rara pigmentación de su piel- que es todo un signo- sino por la sensibilidad y el coraje del que fueron dotados- respondió el maestro.

El padre de Mey había guardado silencio para prestar especial atención a las explicaciones de este hombre en el que jamás había reparado demasiado, pero que a través de su palabra y de su fe, se le revelaba brillante. Y saliendo de su asombro dijo:

-Ya entiendo, Mey es sólo un niño y su verdadera diferencia con los demás es la misión que supuestamente Dios le encomendó y de la que está tomando conciencia recién ahora.

Mi esposa y yo somos personas de fe y vamos a apoyar a nuestro hijo.-

-Es su deber – acotó el maestro – pero aunque Mey no tuviese designios extraordinarios; porque nadie puede dar cuenta de eso, por lo menos que conserve el derecho de vivir en plenitud en este mundo donde nació. Y más aún si debe ser de algún modo un modificador de la historia; apartándolo como lo apartan del mundo, es un modo de obstaculizar un trayecto brillante. Perdóneme, Uds. Son los padres, pero creo que en este caso se equivocan. Mey debe ingresar al mundo, a la vida, es lo primero que deben hacer para que no sea más un chico diferente, un niño aislado, una especie de sonámbulo.-

Dicho esto, el maestro se retiró dejando solos a los padres de Mey. Había volcado todo cuanto conservaba en él desde el momento en que aceptó ser el docente de ese muchachito triste y soñador al que se lo había sustraído de la vida sin ningún derecho y por miedo y prejuicio. Esas marcas se insinuaban acentuadamente en el niño mucho más que los colores de su piel.

Finalmente, y quizá por la brillante intervención del maestro, Mey fue inscripto en una escuela de la ciudad, en la clase que correspondía a su edad.

Su ingreso al mundo real y concreto de la infancia fue un éxito absoluto. Lejos de lo previsto y temido por los padres, el niño sólo recibió cariño y total aceptación de sus pares. Estos, si bien en un primer momento se sintieron impactados por las diferencias físicas con Mey, pronto superaron el momento de asombro para abordar juntos el continente de los juegos y la magia que sólo existen en la infancia.

En la casa, nada había cambiado sino una actitud más abierta de sus padres quienes, al comprobar que la inserción de Mey en el grupo de niños era positiva, no obstaculizaron ninguna actividad que favoreciese su proceso de sociabilización.

De todos modos, el maestro siguió concurriendo en su calidad de tal a la casa del niño y también como amigo personal de su familia.

Era evidente, notorio: Mey poseía una inteligencia sensiblemente superior a su edad cronológica y esto fue un terreno fértil que no podía ser despreciado de ningún modo. Por otro lado, la vocación revelada en el niño de prepararse para su rol en la historia era un punto fuera de discusión.

Al respecto, sólo Mey era un absoluto convencido de su destino. Sus padres, íntimamente conservaban la esperanza de que “ el mundo “ terminase por atrapar a su hijo y que éste finalmente desistiese de cualquier camino que lo apartase de los normales parámetros de evolución en la vida previstos para cualquier ser humano.

Por otro lado, el maestro seguía nutriendo esa mente ávida de conocimientos con más interés en sus logros pedagógicos que énfasis puesto en la formación de un líder. En realidad, utilizaba la firme convicción de Mey con respecto a su destino para volcar en el niño una instrucción brillante, un producto de su esmero docente, realmente impecable. Aún así, todo esto no impidió que el contacto diario, las largas lecturas y los diálogos que mantenían al respecto, fuesen el punto de partida más sólido para que naciese entre ambos una amistad entrañable. En esta relación de afecto fue donde el maestro comenzó a percibir con

mayor claridad que su discípulo no fantaseaba con respecto al rol que debía cumplir en la historia. La afectividad de Mey era un vastísimo campo donde florecían nítidas ideas inspiradas en la solidaridad, en la justicia, y la lucha por el alto ideal de la paz del mundo. Por momentos Mey hablaba verdaderamente como un inspirado, un elegido y se hacía difícil ver en él un interlocutor de tan corta edad. Pero nada de esto se oponía al desarrollo paralelo del niño en relación al mundo sensible y sus juegos infantiles que se cumplían como un rito obligado y natural sea con sus compañeros y amigos, sea en el jardín de su casa donde transcurría mucho tiempo descubriendo casi lúdicamente los secretos de la naturaleza.

Cuando Mey cumplió 12 años supo que había llegado el momento de partir. Esto significaba no sólo ingresar a la experiencia para la que intelectual e íntimamente se había preparado, también el desprendimiento de sus afectos. ¿Cómo lo haría? Por otro lado no estaba seguro de poder afrontar despedidas que conllevasen ese trayecto doloroso de la separación física. Por otro lado, era totalmente injusto irse sin decir nada, escapar furtivamente, llevar consigo la culpa de no haber abrazado a sus padres, a su maestro, a sus amigos, como señal, mínima de expresión de tanto amor recibido y compartido.

Transitar por ese puente le resultaba más difícil y costoso que pensar en las vicisitudes que debía afrontar. Era lógico, no las conocía; pero sí podía prever el dolor de sus seres queridos, su propio dolor en el momento de la despedida. Lo resolvió pensando que esa instancia tan dolorosa no era ni más ni menos que el primer paso de lo que consideraba su misión y no el último de una convivencia de amor.

No era una despedida sino una bienvenida (aunque mal puede esta palabra traducir tan irónicamente lo de Mey sentía en la intimidad de sus afectos).

Se despidió de todos y fue un alivio percibir la incredulidad en algunos porque de ese modo se evitaba (y le evitaban) la asumición penosa de la partida. Posiblemente sus padres y su maestro fueron los más convencidos de que no iban a volver a ver a Mey, por lo menos por mucho tiempo. El

único derecho que se reservó fue no decir ni qué día ni a qué hora iba a partir y así un día, Mey ya no estuvo más en su casa.

Cuando llegó a una de las salidas de la ciudad, se encomendó a Dios ya que era totalmente consciente de su presencia.

A pocos instantes de comenzar su camino fuera de la ciudad, Mexclo reconoció que el mundo que comenzaba a percibir era una somera imagen de lo que había estudiado y previsto. Entre sus libros y la realidad había tanta distancia como entre la foto de un objeto y el objeto mismo. A partir de aquí sus experiencias se iban a realizar a través de un mundo metafórico y real contemporáneamente. Una nueva dimensión del tiempo y el espacio reubica su posición en el mundo en el mundo que se abre a sus posibilidades de su acción.

Es muy importante que el lector comprenda que las narraciones que se sucederán a partir de este momento pertenecen a una realidad que trasciende los límites del mundo sensible para anclar en las costas de un escenario de construcción necesaria para sintetizar los hechos.

Las mismas profecías de las Tablas Sagrada de los Hopi están escritas y narradas en el lenguaje de los grandes signos que a partir de este momento ofrecen su caudal expresivo a este texto.

A partir de este momento, Mexclo y sus circunstancias, aparecen involucrados en una manifestación maravillosa de los hechos. La realidad ofrece su versión metafórica para narrar con acierto y sin descuidar ningún detalle de las aventuradas vicisitudes que debe enfrentar el protagonista en cumplimiento de su rol como tal y como señalado por un destino.

El mundo y Mexclo, una dicotomía que comenzó a ver como precio de su existencia. El mundo, valle de lágrimas y campo de exterminio se confundían en un instante de eternidad, que sólo causaba dolor. Aún así, todavía el mundo. El Supremo Poema exudado del Amor Inefable de Dios con sus entretejidas selvas que a modo de jaula sagrada encierran misterio y vida al mismo tiempo, preservados de la desacción humana; con sus colosos encadenados de piedra que desafían con nieves eternas al cielo; el mundo y sus desiertos abismados en el silencio y la soledad

donde penetran sólo los vientos como dioses que aíslan de su Olimpo a los que no comparten su naturaleza divina. Ese mundo esperaba a Mexclo para recibir donde hubiese hombres y mujeres, el mensaje de la inminente unión, a riesgo de la destrucción absoluta. Por eso se interna en la selva humana, se golpea hasta sangrar con la necia roca de la incomprensión del hombre, se cae en el desierto impío del diálogo estéril. Y aún así, entre increíbles desventuras recorre el escenario de su inmejorable actuación con la magia regeneradora que sólo ennoblece a los valientes. El cansancio físico, el hambre, el frío o el calor no lo amedrentan, mo declina ni lo vencen porque no pone sus esfuerzos en sí sino en su fe, consciente de que es asistido por fuerzas que no le pertenecen.

Suyo solamente es el coraje de haber aceptado.

Quizá el niño aislado por sus padres por razones tan poco emparentadas como el amor que sentían por él y la vergüenza que sentían ante la gente, quedó en el jardín atrapado entre canteros y mariposas; y este Mexclo sea quizá su espíritu más genuino, su sueño más realizado o real en verdad. No interesan ahora esas consideraciones especulativas con la realidad, vale que su historia acaba de proyectarse ante las murallas del mundo y penetrará en él mágica, inusitadamente.

Mey se acercó al hombre que yacía en duermevela, posiblemente borracho contra la pared de una casona a la vera de un camino muy cerca de aquella ciudad. El individuo, al verlo, entreabrió los ojos y la boca con gesto de fastidio. Su aspecto era tan desagradable como degradante, semidesnudo y sucio, estaba armado, posiblemente fuese un ex_ soldado o aún más, un ex_ convicto.

¿Qué mirás, bastardo?_ dijo al tiempo que realizó un gesto obsceno sobre su cuerpo.

_Soy Mexclo- dijo el niño para luego agregar: _¿Puedo hablar con vos? No va a llevarte mucho tiempo escucharme porque traigo un mensaje de paz y unión entre los hombres.-

_No estoy muy acostumbrado a unirme a los hombres- dijo el hombre interrumpiendo groseramente a Mey y le espetó una carcajada por la que llegó un fétido aliento a su rostro.

-Posiblemente no me expresé bien, mi mensaje de unión y de paz entre todas las razas del mundo es una consigna que recibí de Dios. Él ya nos envió a su Hijo Jesús y yo estoy aquí para recordar a todos que somos iguales, que Jesús fue la más maravillosa alternativa de salvación que tuvimos los hombres, pero hoy todos parecen haberlo olvidado. Dios, el Supremo Amor, El Supremo Hacedor nos hizo iguales y nos reclama que no nos diferenciemos nosotros por el color de la piel o por cualquier otro motivo ¿Me entendés?-

El hombre se puso de pié con dificultad, pero preso de la ira por esa versión de Mey se dispuso a contestarle.

_Mexclo... pero qué ridículo. Mexclo, nombre de bastardo, raro y parecido a mezcla de basura como esa piel de serpiente de tres colores que tenés, apestoso deficiente, aborto de la naturaleza... Mexclo, vomito sobre tu nombre ¿De qué igualdad andás hablando por ahí? Yo no soy igual a nadie y nadie es igual a mí que ni se atreva. No soy un negro infame, mitad hombre y mitad mono, paridos como excremento, ni un asqueroso amarillo que se reproducen como conejos y se meten en todos lados como las moscas, sucios, molestos, repulsivos amarillos; ni tengo esa piel blanca de los lechosos, insultos y mil veces afeminados arios, esa peste increíblemente soberbia y estúpidamente vanidosa. ¿De qué igualdad hablás, a quién le interesa realmente ser igual a otro? Me da asco

lo que decís y toda esa historia nefasta de la salvación. No hay salvación, todos estamos por la supervivencia es este infierno, profeta de la nada, payaso.-

Mey permaneció absorto. En su largo peregrinar se había encontrado con muchos individuos necios y hasta violentos, pero de ese modo tan hostil e irredento, no recordaba a nadie.

Ese hombre era la encarnación del desquicio humano, del autodesprecio inconsciente, ya que él mismo pertenecía a una raza a la que ni siquiera rescataba como algo propio. De todos modos, no demostró nada de lo que sentía y mucho menos miedo. Era en eso casos en los que más se

sentía asistido por sus convicciones de tal modo, que sus ojos que habían

permanecido cerrados durante la diatriba de su iracundo interlocutor, comenzaron a abrirse para mostrar una fulgurante luz azul.

_Y ahora, fuera de acá si no querés pasarla peor, que no cargaría con ninguna culpa si te destrozo- agregó el hombre violentamente. En ese momento, una diadema de luces cubrió el cuerpo de Mey quien no dejó de mirar a los ojos al individuo.

Este, presa de unos movimientos arrolladores, cayó de rodillas ante el niño. Su rostro había cambiado totalmente y refulgía de paz y consternación al mismo tiempo. Apenas si podía hablar, pero dijo:

_Bendito seas si traes un mensaje de Paz entre los hombres que desconocemos el amor. Bendito seas, Príncipe del Amor.-

Mexclo, tomándolo de las manos, lo puso de pié para hablarle.

_No estés de rodillas ante mí, no lo hagas, porque no es eso lo que vengo a buscar de vos, sino que abras tu mente y tu corazón para que comprendas estas palabras que voy a decirte y que ya fueron dichas hace muchos siglos

“Amensen los unos a los otros. Sé el hermano del hombre. Ama a los niños; porque vos mismo llevás un niño en tu interior. No permitas que muera nunca nadie;ni te destruyan;ese niño interior; no te destruyas con guerras y odios”

Luego agregó: -No olvides estas palabras, y ahora anda entre tu gente y transmitilas. Que Dios te acompañe y te bendiga siempre.- Dicho esto, Mey se marchó casi corriendo y en instantes, su figura se perdió en el paisaje.

Así como se fue Mey. El hombre dejó aquel lugar y se dirigió a la ciudad. A su paso convocaba a quienes podía para que fueran a escuchar de él un mensaje sobre la paz al Centro Cívico.

Su ímpetu y fuerza contagiaban a todos porque íntimamente estaban deseosos, hambrientos de noticias que pudieran aliviar su condición de vida. Cuando llegaron al lugar, todos centraron su atención en el orador. El silencio y la ansiedad por escuchar lo que iba a decir sobre la Paz se debatían el primer puesto hasta que se escucharon sus palabras.

El hombre elevó su mirada al cielo como queriendo encontrar el mejor modo de hablar para que su mensaje no sólo fuese claro y veraz sino sobre todo convincente y movilizador. Sin proponérselo en un momento determinado, se puso a hablar del mismo modo en que Mey lo había hecho. Su voz resonaba como un trueno, pero al mismo tiempo penetraba en los demás despertando una emoción que se enraizaba en los fueros más profundos de su condición humana.

Cuando mencionó que todos debían preservar el niño que llevaban consigo, hasta se vieron rostros de hombres rudos, rústicos, que se deshacían en nostalgia, compungidos, para renacer esperanzados en la posibilidad de operar desde ellos mismos un cambio en beneficio propio y de todos.

Viejos, jóvenes y niños comenzaron a vibrar con una íntima emoción mientras escuchaban a su orador. Finalmente, llegó el momento de desconcentrarse para retomar la vida, pero con una óptica y una operatoria diferentes. En las mentes y los oídos de esa gente habían quedado grabadas a fuego las palabras que escucharon, tanto como para volver sus pasos hacia un mundo que fuese el lugar y el momento de encuentro con la felicidad. Entre esas palabras milagrosas, el hombre

había dicho muchas veces Mexclo, nombre que tampoco ninguno olvidaría en ese lugar.

Por su parte, el niño estaba a las puertas de otra gran proeza.

Ya había llegado “ al país de los hombres de hierro “ conocidos por su violencia y su impunidad increíbles. Su centro principal, su capital, era una ciudad amurallada y protegida por fabulosas bases misilísticas capaces de destruir la cuarta parte del planeta y de modificar, en consecuencia, las condiciones y leyes de la vida natural y la de otros planetas también.

Ante la mole, Mey pudo recordar estremecido la Plaza Libertad y pensar cuán lejos estaba no sólo en el espacio sino también en el significado que tenía como hito de la comprensión y la unión entre todos los seres de la tierra. Su corazón de niño resurgió como queriendo embanderar una obstinada rebeldía contra ese santuario de la muerte y la depravación. Los hombres de hierro se parecían mucho más a seres infernales que a seres humanos, pero eran humanos, atrozmente equivocados y envilecidos por sus crímenes y bajezas. Habían sepultado a carcajadas la idea de un Dios del Amor y misericordioso para entregarse a la violencia, al desenfreno absoluto y descarnado.

Mexclo estaba en las Sodoma y Gomorra de su presente.

El poco contacto que había tenido con los habitantes de esta ciudad lo había destrozado íntimamente en sólo pensar en cuánto habían sufrido algunas víctimas y en cuanta crueldad puede generar el hombre enceguecido de ira y de lujuria abominables.

Las narraciones entremezclaban horribles episodios de explosiones infernales de armas atómicas con mujeres y niños tomados como rehenes y sacrificados como represalia previo a ser violados sin excepción. También había miles de alumnos que habían sido destruídos por armas químicas en las escuelas y experimentos genéticos con mujeres y niños.

Algunas mujeres eran obligadas a mantener relaciones sexuales con animales para obtener monstruos y millares de niños después de ser abusados sexualmente, habían sido vendidos como esclavos en p´´ublicas subastas.

Los rehenes eran el sanguinario producto de una guerra en la que se contendía la posesión de la montaña Bess, rica en uranio y oro. Es decir,

que su dios, el precio de sus vidas, era ni más ni menos que una simple montaña a la que se le inmolaban víctimas sin poder arrancar de ella un solo atisbo de piedad. A ese coloso de piedra coronado de oro y uranio, se le ofrendaban ríos de sangre y mares de lágrimas, pero era una bestia insaciable que había transmigrado su espìritu diabólico destruyéndolo en las almas que se le sometían por miedo y codicia.

Los intentos de Mey de entablar un diálogo con esta gente se veían no sólo frustrados por el envilecimiento de sus mentes sino también por la imposibilidad de sostener un discurso normal entre estruendos y horrores que deambulan.

Cuanto supo le fue referido por un soldado que encontró en un refugio, quien en un rapto de inusitada humanidad, lo exhortó a que se fuese.

No apenas sintió el pedido, Mey abandonó el refugio, pero lejos de desistir con respecto a su permanencia, se impuso la tarea de reconvertir la espantosa situación. Antes de salir, se volvió al soldado para decirle:

-Me voy, pero para que nos veamos de nuevo en poco tiempo -dicho esto, esquivando horrores, llegó a los pies de la montaña Bess.

Ya en la cima, no recordó su ascenso, tales eran las fuerzas que habían impulsado cada paso suyo. Había caminado por las faldas mismas de esa deidad indiferente e inconsciente a lo que otros habían visto en ella. Mey no temió, en trances como esos, sólo obedecía a un imperativo, su mensaje.

Sus brazos se abrieron más en cruz que en alabanza cuando, llegado a la cima, se postró para suplicar:

. “Señor, Padre y Dios Nuestro, el que Es, antes y después de todos los tiempos, Eterno, Santo y Misericordioso; Dios del Amor Inefable y de la Piedad Infinita, Hacedor de todo lo visible y lo invisible, Rey del Universo y Causa y Fin último de lo Creado y por crearse; escucha mi súplica, mira este dolor que me traspasa cuando veo a mis hermanos sepultarse con sus

propias condenas, recoge mis lágrimas, Señor Nuestro y lee en ellas mi causa y mi aflicción. Muéstrame tu Justicias.-“

Mey cayó desplomado al suelo, exhausto, había puesto hasta su última fuerza en el ruego, había dejado el último aliento en su voz. Así permaneció un tiempo que no pudo ni podría calcular. El silencio se apoderó del lugar de un modo tan absoluto que, aún estando con los ojos abiertos, Mey pensó que había muerto. Pero pronto el rugir de olas le repuso la consciencia de la propia vida. Levantó el rostro y vio que las aguas habían arrasado todo sumergiendo lo que antes había sido la infernal ciudad de los hombres de hierro. Entonces hombres, máquinas, armas, yacían en el fondo de las aguas.

La justicia por que había clamado se había hecho presente con su poder absoluto.

Mexclo observó atentamente lo que había quedado de aquel imperio del mal y sólo la montaña permanecía rodeada de aguas que circulaba con los vestigios de la ciudad. Sólo algunas rocas diseminadas en el mar permanecían incólumes y a una de ellas se propuso llegar, por lo que descendió de la montaña no sin sentir pena por tanto seres que habían perecido al tener destruido el corazón de iniquidades. A los pies de la montaña, se dispuso a llegar a una de las rocas nadando y lo logró. Ya en ella sintió que algo provenía de una de las cuevas que había.

Eran indudables sonidos que se producían en el interior.

Esto atrajo la atención de Mey y su natural curiosidad lo indujo a escarbar y retirar piedras hasta liberar el acceso, de allí comenzó su camino internándose por el corredor natural. Otros pasadizos laberínticos iban a sorprenderlo y hasta confundirlo, pero guiado por su intuición, siguió caminando siempre en el mismo sentido para encontrarse, maravillado, ante un espectáculo de verdad inusitado, sorprendente: una gran cantidad de niños poblaban una mágica plaza de juegos. Estos, al percibir la presencia de Mey, fueron a su encuentro para saludarlo del modo más afectuoso y tierno, besos, abrazos y saltos lo rodeaban en un momento casi de sofocación.

En medio de esa algarabía, Mey pudo advertir que junto a un árbol, había tres jóvenes, de los cuales dos estaban abrazados y besándose. Ella

era una hermosa muchacha negra y él de raza amarilla. Cuando los jóvenes se acercaron a Mexclo, los niños lo liberaron de sus efusivas demostraciones de afecto. Ya junto a él, la joven le preguntó:

-¿No nos reconoces, Mexclo? Somos los niños de la Plaza Libertad –allí intervino el varón diciendo: -Yo soy un superviviente del país de los hombres de hierro y ella es de la tierra que fue históricamente nuestra enemiga, su país es Superojiva. A pesar de eso, el amor nos une y ya hemos sufrido mucho porque todo tiende a separarnos.-

-Por eso decidimos volver a la Plaza Libertad – prosiguió la muchacha y agregó luego – aunque no nos explicamos cómo es que la Plaza ha quedado encerrada en este lugar cuando todo fue movimiento y caos. De todos modos, nosotros nos amamos y está visto que nada podrá separarnos, pero debemos olvidar muchas cosas para poder seguir adelante – luego de un corto silencio agregó:

-Sabemos también que el hecho de estar vivos se lo debemos a Dios y a su enviado Mexclo.-

Mey sintió una profunda emoción ante la gratitud manifiesta de la joven y sus palabras brotaron inspiradas de este modo.

-Así como Uds. Me conocen, yo los conozco. Como Uds. No olvido esa maravillosa Plaza de la Libertad, de la Libertada interior, fuente y oráculo de Amor, única respuesta válida a tantos sufrimientos. Esa plaza simboliza el paraíso de los hombres con corazón de niño. Por mi parte sólo puedo decirles que en esa unión en la que van a consagrarse como pareja humana, no pierdan nunca de vista que el Amor y la Paz deben inspirar cada acto suyo, que sus hijos sean semillas de paz y hermandad en el mundo y entre los pueblos, que se consideren siempre iguales a todos los seres humanos e iguales ante Nuestro Supremo Padre que es Dios. Uds. Mismos no dejen nunca de ser niños, porque son los niños quienes heredarán el cielo. Y a este lugar deberán darle un nombre, llámenlo “Decorazón” y bendíganlo con ese Amor que hoy y para

siempre los une. Uno de Uds. Es de raza negra y el otro amarillo, fíjense que todo ese amor que se tienen y por lo que tanto lucharon dará sus frutos en hijos que tendrán distintos colores de piel entre el negro y el amarillo y aún también - ¡quién dice! – hasta es posible que tengan un hijo blanco. ¿ Pero qué importa en definitiva? Y ahora los dejo.-

-¿Ya? – preguntó la joven

-Sí. –repuso Mey-, pero celebro en mi corazón haberlos visto nuevamente.-

Alejándose del lugar, Mexclo llegó a la costa del mar. Sabía que su destino estaba atravesando esas aguas, por eso no le pareció extraño encontrar una embarcación que parecía estar aguardándolo. La abordó y sin más se echó a navegar. No temió, como en ninguna circunstancia anterior, vicisitudes, imprevistos o inclemencias que lo apartaran de su cometido. Así fue como encomendó la guía de ese viaje a Dios e inflamando su alma con los mejores augurios de tocar buen puerto, atravesó la gran masa acuática, no sin sortear peligros impuestos por estrechos, acantilados y tormentas. De todo eso salió airoso y por cada lugar por donde costeaba la superficie, los hombres parecían despertar de un letargo, de un profundo sueño que los devolvía a una fantástica realidad.

Finalmente y después de tanto navegar comenzó a ver signos y luces extrañas en el cielo que se cernían sobre la costa. Mey dejó que su embarcación se dirigiera hacia aquella tierra que ya desde lejos divisaba extraña y maravillosa a la vez.

Ya en la playa, al descender, sintió un profundo aroma muy dulce, al tiempo que observaba que el agua era de tal transparencia, que sin ninguna dificultad podía ver los pececillos dorados del fondo. La arena reflejaba extrañamente el azul intenso del agua y los rayos áureos del sol. Cuando elevó la vista para mirar el lugar, su misma imaginación tan rica se vio eclipsada ante esa maravilla de forma, color, brillo y perfume que se repartía en flores, plantas, pájaros y mariposas salidos de una exuberante y divina concepción. No sólo todo radicaba en la belleza contemplativa sino también en la activa, ya que los movimientos de las mariposas, el trino de los pájaros y sus vuelos, describían una danza de luz, sonido y policromías que, aunque de esplendor diferente, retrotrajo a Mey al jardín de la casa de sus padres.

Aún conmovido por lo que veía, se dispuso a penetrar en ese escenario paradisíaco pero por lo que percibía hasta el momento, deshabitado. Envuelto en el aliento perfumado del aire purísimo, comenzó a caminar cada vez más asombrado por la plenitud estética que descubría a cada paso. Así, y habiéndose cansado de caminar, se dejó caer a los pies de un grueso tronco para dormir. Pero algo iba a sacarlo de su profundo sueño, súbitamente despertó y comprobó que no estaba solo.

Un grupo de seres angelicales lo rodeaba invitándolo en silencio a incorporarse.

Mey pudo observar que eran en verdad bellísimos, vestidos con largas túnicas que lo cubrían hasta los pies, orladas de dorado. De ellos refulgía un resplandor celeste y los circunscribía un aura de intenso brillo. Su piel era casi transparente y una indeclinable sonriza de ternura se abría en sus rostros. No tocaban el suelo sino que a muy corta distancia del mismo flotaban armoniosamente.

Mey, sin pronunciar palabra, pero invadido por una plenitud y energías inusitadas, se dejó guiar por estos seres hermosos con los que se encaminó por un sendero en el que la tierra hacía destellos de colores y hasta se podía percibir que respiraba cual si tuviera un corazón viviente y de inobviable presencia.

Percibió también que aún su mismo corazón latía de modo diferente.

Así llegaron a un profundo valle entre altas montañas nimbadas de blanco y cuyas faldas ofrecían un espectáculo de riqueza natural increíble plasmado en vertientes cristalinas, melodiosas y árboles de proporciones y frutos gigantescos. Mey se maravilló ante manzanas, naranjas, uvas que resplandecían en sus ramas como exorbitantes pomas de colorido y perfume intensísimos. Supo que junto a sus silenciosos pero plácidos acompañantes, transitaba por el Paraíso. Pero aún no habría de cesar el desfile de maravillas. Caminando llegaron a las puertas de una gran ciudad hecha de cristal y que rodeaban intensas luces blancas. Mey sintió

que su propia sangre se había detenido de emoción; pero siguió la indicación de sus guías que lo invitaban a seguir con ellos en cada momento en que las puertas dejaban paso abriéndose.

El trayecto los llevó por un corredor muy largo de colores blanquecinos que atraviesa distintos salones del mimo color, interrumpido por adornos florales amarillos y pequeños arbustos.

El recorrido terminó junto a las dos hojas de una puerta muy alta que se abrieron ante Mey quien, con paso poco firme por la intensa emoción que lo dominaba, entró en el recinto.

En el fondo un trono de piedras y flores blancas era el asiento de un ser muy joven y hermoso que miraba con intensidad y plenitud.

Por encima del tronco destellaba una luz que prácticamente cegó a Mey. Intentó ponerse de rodillas impresionado por la majestad presente, pero sin que mediasen palabras, algo lo volvió a poner de pie. Mexclo reconoció perfectamente esa luz enceguecedora, era la misma que había desaparecido furtivamente en el cielo cuando comenzaron las revelaciones que le dieron a conocer su destino.

Posiblemente, el muchacho esperaba que ese joven apolíneo y sereno que presidía el recinto desde el trono le hablara. Estaba seguro que se trataba de un ser encumbrado en la jerarquía de la espiritualidad, una suerte de Regidor de ese lugar fantástico.

Pero contrario a sus expectativas, la luz intensa que se cernía sobre el trono, comenzó a girar sobre sí misma al tiempo que se escuchaba una voz. Esto mismo hizo que Mey no se desvaneciera cuando escuchó:

-“Estás finalmente aquí, Príncipe Mexclo, Angel de Luz de la Unión de las Razas y te saludo con gran alegría. Como ves, el Paraíso existe, es una Realidad reservada a los de alma y corazón humildes donde podrán vivir eternamente porque este plano es incompatible con la muerte. Aquí reina la vida eterna que nos da el Supremo Hacedor del Universo quien abre sus puertas a la fe, a la humildad y al Amor Universal. A este Paraíso Real se ingresa desde el interior de cada ser para acceder finalmente a su plenitud desde lo más íntimo de cada uno. Por eso yo te digo Príncipe Mexclo, que estás aquí donde se ha grabado, visto y oído cuanto has

hecho en tu misión, pero no está terminada. Deberás volver al mundo de la superficie, al mundo corrupto, perverso y destructivo del hombre para seguir con tu misión de guiarlos a un futuro que está muy próximo. Esta no es la única ciudad que existe, hay otras también en el planeta y ya conocidas por los que gozan de pureza de corazón y alma.

Así yo, en nombre del Supremo, Dios Universal y de todas las Dominaciones, te hago Príncipe Mexclo, Luz de la Unión de las Razas Humanas como signo de nobleza por causa tan grande y justa te deseo todo el éxito y el fervor en tu misión.-“

Dicho esto, Mey regresó a la orilla del mar donde aún lo esperaba su embarcación. Con ella, llegó a distintas tierras donde pudo y supo transmitir cuanto había visto, oído y aprendido para llegar al Paraíso que todo hombre anhela.

También enseñaba aquella canción del amor a los niños que repetían cada vez que Mey aparecía:

“ Cantemos, cantemos

esta canción de Amor

aquí estamos unidos

por nuestro Corazón.

Sólo sabemos esto

Jugar y amar

Porque para amarnos

nos creo el Señor.

Amémonos, entonces

hasta más no poder.

Vengan todos los niños

todos, de cualquier edad

y unamos las fuerzas

del sol interior

Cantemos, cantemos

Esta canción de Amor

vengan todos los niños

todos, de cualquier color.

Sólo sabemos esto

Jugar y amar

Y que los hombre malos

Ya no lo sean más.

Vengan todos los niños

todos, de cualquier edad. “

Con el pasar de los años, Mexclo se disolvió aparentemente en la historia y no se volvió a escuchar de él. Aún así, se supo que en Arreit, un país lejano, había nacido un niño con características muy particulares, aunque aparentemente normal.

El mito y la necesidad de la unión de las razas es todavía vigente en la tierra (¿Arriet?).

El Kikmongivi o último portador de la Tabla Sagrada de los Hopi, David Mongyne nos esperaba en la puerta de su casa.

Estaba sentado, mirando hacia el cielo cuando llegamos.

Inusitadamente, Aldana, prácticamente saltó del auto y fue donde estaba el anciano indio que descendió su mirada para sonreírle con serena ternura.

-¡Aldana! –alcanzó a gritar Rita temiendo una de las ocurrentes salidas de nuestra hijita, pero David hizo un gesto con la mano como para que nos despreocupásemos. Entonces nos acercamos y con un respeto mixto entre la veneración y el temor a hacer algo indebido, lo saludamos.

David, sin ponerse de pié (supuse que su edad se lo impedía) nos tendió la mano con generosidad mientras nos invitaba a sentarnos. En ese momento, un muchachito que parecía haber estado esperando que

llegásemos, salió de la casa con un objeto envuelto en un estuche de cuero que ostentaba extraños dibujos pintados.

Sus ojos profundos, de mirada hermosa, se fijaron en los míos casi sin poder renunciar a esa actitud. Sentí que una voz muy nítida dijo en mi interior: “Finalmente me encontraste” luego, volví a mirar al niño y me sonrió amplia, dulcemente.

Mientras el anciano Hopi recibía la Tabla de manos del chico, Aldana interrumpió la escena diciendo:

-Miren, miren allá, en el cielo, hay una estrella azul.-

Bajo las ramas de este nuevo árbol vienen y crecen; Sus voces se multiplican en millones. Y comparten frutos por igual. Son las fuerzas del todo, de Dios. No importan ya credos ni ideologías, están unidos

La conciencia de cada uno será juez de sus actos

Y sólo se salvarán aquellos que conserven el alma de un niño.

“ Soy el Representante de los Niños del Mundo “

Soy un Niño; mi nombre es “ Mexcló “

Vengo a Unir los Corazones de los Hombres. Soy Mexcló

El Mensaje que traigo es: Amor, Igualdad, sin importar credos e ideólogias.

Todos somos iguales: “Hermanos de la Raza Humana”

Comencemos a reunirnos: “En las escuelas, las plazas, los hogares, los jardínes y las calles.

Todos juntos; somos más; nosotros los niños, debemos enseñar a esta Humanidad.

Con nuestros dibujos y canciones, con nuestras danzas y bailes y nuestros cantos y hablando; y sonriendo; haremos llegar. El mensaje: De Amor y Unidad.

No más guerras y odios, ni Hambre, ni maltratos, ni soledad, ni fronteras; que nos puedan separar.

Todos, todos juntos los niños y con Mexcló; somos más fuertes, somos más; así el Mundo va a cambiar

Terremotos, Huracanes, inundaciones; hambre y guerra; nos hace llorar. Nosotros los niños, sólo queremos Jugar y Amar.

Por eso cantemos esta canción de Amor:

“Cantemos, cantemos

Esta canción de Amor

Aquí estamos unidos

Por nuestro Corazón.

Sólo sabemos esto

Jugar y amar

Porque para amarnos

Nos creó el Señor.

Amémonos, entonces

Hasta más no poder.

Vengan todos los niños

Todos, de cualquier edad

Y unamos las fuerzas

Del sol interior

Cantemos, cantemos

Esta canción de Amor

Vengan todos los niños

Todos, de cualquier color.

Sólo sabemos esto

Jugar y Amar

Y que los hombres malos

Ya no lo sean más.

Vengan todos los niños

Todos, de cualquier edad “

“Porque hay un niño en cada hombre y mujer”

“Bajo las ramas de este nuevo árbol vienen y crecen;

Sus voces se multiplican en millones,

Alimentan sus espíritus

Y comparten frutos por igual.

Son las fuerzas del Todo, de Dios.

No importan ya credos ni ideologías,están unidos

La consciencia de cada uno será el Juez de sus Actos

Y sólo se salvarán aquellos que conserven el Alma de un Niño.

“El Amor es el Único Medio”

Proyecto: “ Mexcló, Mensajero Universal”

Ideado por: Miguel Angel Brandoni

Año 1979, Rosario de Santa Fe, Argentina

Se terminó de imprimir el 25 de noviembre de 1999 en la EDITORIAL CIUDAD GÓTICA - San Martín 453- 5 Piso – “D” 2000 Rosario Argentina

ISBN Nro 987-9389-09-3

Autor Miguel Brandoni

1999 by Editorial Ciudad Gótica

San Martín 453. 5 piso. D – tel 0341-4400681- 2000 Rosario REPUBLICA ARGENTINA

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723

Impreso en Argentina- Printed in Argentina

Primera edición

Noviembre 1999

Diseño e impresión CIUDAD GÓTICA

Tapa: Imprenta La Familia- Ocampo 1812- 2000 Rosario

Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio visual, gráfico o sonoro sin la expresa autorización del editor y/o autor

O BJETIVO

REUNIENDO A LOS

+ 144.000

UNIRSE A: Email: miguelbrandoni@yahoo.com.ar

ENVIAR A TODOS LOS FOROS

Y

MENSAJES AL MUNDO

“MEXCLO: “MENSAJERO UNIVERSAL”

“POR LA UNIDAD DE LAS RAZAS”

“EL AMOR ES EL UNICO MEDIO”

http://escribeya.com/Poemas/mexclo-mensajero-universal-24663

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